Segundo, porque la necesidad de impedir una ruptura en su coalición ha obligado al presidente a darle un poco más de bola a los demás jugadores, a reconocer la legitimidad de sus ambiciones y, sobre todo, a cuidar las apariencias, a no hacer ni decir nada susceptible de ser interpretado como que beneficia a Sheinbaum. El precio de la unidad no podía ser otro que ofrecer una negociación, abrir juego y crear cierto espacio de incertidumbre –no necesariamente democrática en sentido estricto, mas suficiente para que a los interesados les convenga participar.
Y tercero porque, a pesar de sus múltiples defectos, las reglas recién acordadas por el Consejo Nacional de Morena fuerzan a la jefa de gobierno a salir de la zona de confort en la que se encontraba plácidamente instalada. Por muy restrictivo que sea el proceso, por más controlado que esté, por autoritario que sea el liderazgo que ejerce López Obrador, no es solo una coreografía ni un mero trámite. Algo cambió.
A pesar de ser la predilecta del presidente, Claudia tendrá que hacer algo a lo que se había resistido, renunciar a la jefatura de gobierno y a la “cargada” oficial en torno a su figura. La protege el acuerdo de evitar debates o polémicas públicas entre los aspirantes, la exhibe necesitar esa protección contra sus adversarios. Sobre sus hombros pesa el inconveniente de tener que arriesgarse a contender por algo que daba la impresión de ya ser suyo. Las señales que emite no son de fortaleza ni de confianza, son de dependencia y fragilidad.
Aunque la victoria de Sheinbaum siga siendo lo más probable, no es posible descartar por completo a Ebrard. Es reconocido como el funcionario más eficaz del gabinete y en quien más confió López Obrador para resolverle entuertos; no ha sido desleal y ya se probó como su exitoso sucesor en la ciudad de México. Su renuncia a la cancillería, además, fue un acto de audacia que acabó marcando los ritmos y términos del proceso sucesorio en Morena. Él necesitaba que hubiera algo de competencia, ella seguramente prefería no tener que competir. El desenlace de este primer pulso es inesperado pero evidente: Marcelo sonríe, Claudia está nerviosa.
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