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Claudia está nerviosa

Marcelo proyecta confianza; Claudia, dependencia. Él necesitaba condiciones para competir, ella hubiera preferido ahorrarse la competencia.
mar 13 junio 2023 06:00 AM
Claudia Sheinbaum en conferencia de prensa
Tras el anuncio de su renuncia a partir del viernes 16, la jefa de Gobierno hizo un breve resumen de sus tareas al frente de la CDMX.

La jefa de gobierno de la ciudad de México se acomodó muy bien, muy rápido y con mucho gusto en el lugar de la favorita presidencial. Lejos de procurar un margen de autonomía, de construir una base política propia o al menos de cultivar una imagen que no la hiciera ver tanto como la subordinada preferida de López Obrador, Sheinbaum no solo entendió de qué se trataba ese papel, sino que lo adoptó con innegable aptitud.

La prioridad de Claudia ha sido, desde entonces, refrendar una y otra vez esa condición volviéndose indistinguible del presidente, hacer cuanto sea posible para volver realidad la expectativa de que el arroz sucesorio del obradorismo ya se coció y ella es “la buena”.

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Atrás quedaron los gestos de independencia que demostró, por ejemplo, al nombrar a Omar García Harfuch como secretario de Seguridad de la CDMX a finales de 2019, un colaborador que –dado su paso por la Secretaría de Seguridad Pública de Genaro García Luna durante el sexenio de Felipe Calderón– no era bien visto en Palacio Nacional; o al enfrentarse con el subsecretario de Salud, Hugo López Gatell (protegido de López Obrador) durante la pandemia.

La Claudia, digamos, mujer-científica-de-resultados cedió ante la Claudia clon-consentida-de-Andrés. Al grado, incluso, de encajar varios autogoles como denominarse feminista pero secundar las descalificaciones del señor de las mañaneras contra el movimiento y las protestas de las mujeres; o como presumir los datos de que la seguridad ha mejorado en la capital, donde no han intervenido las Fuerzas Armadas, pero apoyar la estrategia militarista que no ha funcionado en el resto del país.

En cualquier caso, la apuesta de mimetizarse con López Obrador le ha reportado innegables dividendos; aunada a una rumbosa campaña de promoción de su imagen y de giras cada fin de semana por toda la república, Sheinbaum se ubica puntera en las preferencias. Hasta la fecha no se sabe de dónde salieron los recursos para financiar ese esfuerzo; sin embargo, es inocultable que austero no fue, que ninguna de las otras “corcholatas” pudo desplegar algo semejante y que López Obrador no hizo nada para detenerlo. La inercia política, de cuestionable legalidad pero visible eficacia, opera a su favor.

Esa ventaja, con todo, no es irremontable. Primero, porque su tamaño es relativamente moderado en contraste con el tiempo, la energía y el dinero que tiene que haber costado: Massive Caller la ubica 11 puntos porcentuales por encima de Ebrard; El Universal 9 y Reforma apenas 5. Tanta inversión para tan modesto impacto indica que Claudia tiene dificultades para crecer.

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Segundo, porque la necesidad de impedir una ruptura en su coalición ha obligado al presidente a darle un poco más de bola a los demás jugadores, a reconocer la legitimidad de sus ambiciones y, sobre todo, a cuidar las apariencias, a no hacer ni decir nada susceptible de ser interpretado como que beneficia a Sheinbaum. El precio de la unidad no podía ser otro que ofrecer una negociación, abrir juego y crear cierto espacio de incertidumbre –no necesariamente democrática en sentido estricto, mas suficiente para que a los interesados les convenga participar.

Y tercero porque, a pesar de sus múltiples defectos, las reglas recién acordadas por el Consejo Nacional de Morena fuerzan a la jefa de gobierno a salir de la zona de confort en la que se encontraba plácidamente instalada. Por muy restrictivo que sea el proceso, por más controlado que esté, por autoritario que sea el liderazgo que ejerce López Obrador, no es solo una coreografía ni un mero trámite. Algo cambió.

A pesar de ser la predilecta del presidente, Claudia tendrá que hacer algo a lo que se había resistido, renunciar a la jefatura de gobierno y a la “cargada” oficial en torno a su figura. La protege el acuerdo de evitar debates o polémicas públicas entre los aspirantes, la exhibe necesitar esa protección contra sus adversarios. Sobre sus hombros pesa el inconveniente de tener que arriesgarse a contender por algo que daba la impresión de ya ser suyo. Las señales que emite no son de fortaleza ni de confianza, son de dependencia y fragilidad.

Aunque la victoria de Sheinbaum siga siendo lo más probable, no es posible descartar por completo a Ebrard. Es reconocido como el funcionario más eficaz del gabinete y en quien más confió López Obrador para resolverle entuertos; no ha sido desleal y ya se probó como su exitoso sucesor en la ciudad de México. Su renuncia a la cancillería, además, fue un acto de audacia que acabó marcando los ritmos y términos del proceso sucesorio en Morena. Él necesitaba que hubiera algo de competencia, ella seguramente prefería no tener que competir. El desenlace de este primer pulso es inesperado pero evidente: Marcelo sonríe, Claudia está nerviosa.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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