El presidente Andrés Manuel López Obrador no adelantó en estos días la sucesión, sino el proceso de cicatrización de las heridas que dejará el que Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, se convierta en la candidata presidencial de Morena.
#Oteador | La operación cicatriz adelantada de Morena
Sin una oposición fuerte, capaz de competir al oficialismo en la liza electoral de 2024, el presidente entiende que su principal desafío será evitar o, por lo menos, suavizar los desacuerdos que su decisión de elegir a Sheinbaum provocará. Pero no solamente es la elección presidencial, sino también el acuerdo y reparto de los miles de cargos que estarán en disputa de manera concurrente.
Tras el cónclave de los aspirantes presidenciales con López Obrador el pasado 28 de abril en Palacio Nacional, quedó claro que los dos grandes contendientes son Sheinbaum y Marcelo Ebrard. La jefa de Gobierno lleva meses construyendo su candidatura a partir de la conformación de estructuras en diversos estados del país, a las que alienta ya sea visitándolas, reuniéndolas en eventos públicos, o mediante sesiones virtuales.
Ebrard, por su parte, se encuentra en desventaja en cuanto al trabajo territorial, tan indispensable en un país en el que una comunicación política de baja calidad difícilmente es suficiente para movilizar a la cantidad de electorado necesario para ganar unos comicios presidenciales.
La renuncia de Martha Delgado a la subsecretaría para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos de la Secretaría de Relaciones Exteriores es más para exhibir lo soterrado del trabajo de posicionamiento de Sheinbaum que una decisión que acelere la estrategia electoral del canciller. Es una acometida para tonificar la capacidad de chantaje y negociación durante la futura distribución de candidaturas.
En el caso de Adán Augusto López, es el hombre de confianza del presidente, con quien comparte el terruño, el estado natal; es también quien desde la notaría número 27, con sede en Villahermosa, Tabasco, siempre apoyó a López Obrador, cuando la apuesta por su liderazgo todavía no garantizaba buenos réditos. Es el secretario de Gobierno incondicional que contribuye a simular una contienda democrática.
Lo paradójico para Ricardo Monreal es que mientras más se ve cerca de López Obrador, más se aleja de la candidatura presidencial. Pasó de ser el gran operador político del Ejecutivo en el Senado, con la ventaja de sostener canales de comunicación abiertos con la oposición, a depender del cobijo en Palacio Nacional para no parecer endeble. De ahí el compromiso: “prefiero no ser nada, antes que traicionar al presidente”.
La elección interna de Morena por la candidatura presidencial se llevará a cabo en tres meses. En junio se emitirá la convocatoria, los resultados de la primera encuesta se darán a conocer en julio, un mes después la segunda, para que los tiempos se ajusten con los ordenados por López Obrador: el destape de la “corcholata” elegida en septiembre, el mes de la Patria.
A partir de entonces, vendrá un proceso mucho más complejo, por la cantidad de actores e intereses que estarán involucrados: el del convenio de las miles de candidaturas en todo el país, comenzando por ocho gubernaturas y una jefatura de Gobierno.
La pregunta no es sólo quién será el candidato o candidata presidencial, sino quién sustituirá a Sheinbaum, en la Ciudad de México; a Rutilio Escandón, en Chiapas; a Cuauhtémoc Blanco, en Morelos; a Sergio Salomón Céspedes, en Puebla, quien reemplazó a Miguel Barbosa después de su muerte; a Carlos Manuel Merino, en Tabasco, el relevo de Adán Augusto cuando cambió su residencia a la Ciudad de México, y a Cuitláhuac García, en Veracruz.
Se trata de seis entidades en las que Morena buscará refrendar sus gobiernos, en tanto que en otras tres tratará de derrotar a la oposición. ¿Qué candidatos o candidatas postulará para vencer al PAN en Guanajuato y Yucatán, gobernados por Diego Sinhue Rodríguez y Mauricio Vila, respectivamente, o al partido naranja en Jalisco, gobernado por otro aspirante presidencial, Enrique Alfaro?
Morena no es un partido que se caracterice por tener un bajo nivel de conflictividad, y menos por un procesamiento institucional de las desavenencias. Es, de hecho, una organización política proclive a las rupturas. En 2021, por ejemplo, de 14 designaciones que hizo el partido para competir por gubernaturas, en cuatro casos hubo fracturas.
La entonces diputada federal morenista Claudia Yáñez, hermana del actual subsecretario de Desarrollo Democrático, Participación Social y Asuntos Religiosos, César Yáñez, terminó como candidata a la gubernatura de Colima por Fuerza por México, igual que Cristóbal Arias en Michoacán.
En Baja California Sur, Lavinia Núñez Amao renunció a Morena para competir por la presidencia municipal de La Paz por Movimiento Ciudadano. En Sinaloa, Ricardo Arnulfo Mendoza también salió del partido del presidente para contender por la gubernatura por Encuentro Solidario.
El caso más reciente es el de Ricardo Mejía Berdeja, el exsubsecretario de Seguridad y Protección Ciudadana que se inconformó por los resultados del proceso en el que se designó como candidato a la gubernatura de Coahuila a Armando Guadiana y hoy compite, separado de Morena, por el Partido del Trabajo.
Nombramientos a la Cámara de Diputados, al Senado, ocho gubernaturas, una jefatura de Gobierno, 30 congresos locales y a presidencias municipales y alcaldías en 25 entidades: de ese tamaño son las posibilidades de conflicto en el interior de Morena. Por eso el presidente López Obrador, hábil como es, ha comenzado la operación cicatriz… incluso antes de que hayan sido designadas las candidaturas.
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Nota del editor: Javier Rosiles Salas es politólogo. Doctor en Procesos Políticos. Profesor e investigador en la UCEMICH. Especialista en partidos políticos, elecciones y política gubernamental.
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