Febrero de 2023 me alcanzó y, un buen día, una de mis “niñas” de mi equipo de trabajo -sin mayor advertencia- me preguntó: “Ale, ¿este año sí vas a marchar?”. No tuve tiempo de buscar pretextos.
En ese instante me di cuenta del miedo que tenía de marchar; que mis excusas eran corazas para no participar en las calles los 8M. Miedo, sí, miedo. Duda, también mucha duda de si, desde mi privilegio, tenía derecho a manifestarme al lado de las familias que han perdido mujeres, y de mujeres víctimas de violencias desgarradoras y actos atroces. No quería “trivializar” su exigencia, diluir su rabia, ni la furia de sus gritos y consignas.
Así, despojada de impedimentos, me llegó la hora. En el punto de encuentro, Katya, Samantha y Emilia -mis niñas-, repartieron listones para identificarnos entre nosotras, nos contaron y nos organizaron con dos megáfonos que se hicieron parte inolvidable de la experiencia. Mis niñas ahora cuidaban de mí; me sentí muy orgullosa y por demás afortunada de contar con un equipo de mujeres tan valientes, comprometidas, inteligentes y sensibles.
Las consignas no tardaron en hacerse escuchar en los megáfonos; aparecieron las mantas y los carteles. A quienes integraban nuestro contingente les pregunté sobre sus motivos para participar y cada una de ellas me respondió con historias propias, con testimonios de cómo el patriarcado estructural las ha violentado, silenciado y perjudicado.
Sorpresa. En sus relatos, también estaba la Ale Spitalier niña, la adolescente, la joven profesionista, la madre trabajadora, la funcionaria. Sí, ahí estaban mis miedos, mis angustias y mi ansiedad. Ahí estaban mis prudencias, mis escudos, mis resistencias. Sí, todavía tengo normalizados muchos tipos de violencia. No es para menos, durante 42 años me han hecho sentir, más veces de las que quisiera, que calladita me veo más bonita.
Primer golpe de consciencia en mi primera marcha: yo también tenía motivos para gritar. Una infancia con violencia familiar, una juventud llena de acoso sexual, una vida profesional en un gremio “de hombres”, una madre con carga mental y doble presencia. Chispas.