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#ColumnaInvitada | ¿Son los hombres el enemigo del feminismo?

Ser feminista no depende del género, sino de los valores personales.
lun 06 febrero 2023 06:01 AM
Equidad de género
Podemos llamar feminista a cualquier persona que se manifieste en contra de la injusticia o desigualdad institucionalizada que permite que los hombres tengan privilegios sobre las mujeres, apunta Alejandra Spitalier.

El papel que los hombres pueden o deben tener en los movimientos por los derechos fundamentales de las mujeres es una interrogante sobre la que hoy no es posible encontrar una respuesta clara y unívoca; diversos feminismos parecen sostener posturas completamente opuestas sobre el tema.

Por un lado, hay quienes afirman que un hombre no debe llamarse feminista, e inclusive rehúyen el mote de “aliado”. Para ellas, por más que un hombre busque ser congruente a nivel individual con un abandono de prácticas machistas, no puede auto extraerse de un sistema que perpetuamente lo está privilegiando por encima de las mujeres.

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Este tipo de posturas pugnan por distintas acciones tales como las marchas y los espacios separatistas, además de identificar a los hombres como el “enemigo a vencer” dentro del sistema patriarcal. A su parecer, todos los hombres son opresores de todas las mujeres (Redstockings, 1969).

Por otro lado, encontramos un amplio grupo que considera que los hombres sí pueden, e incluso deben, ser parte de esta lucha. El gran punto de reflexión de esta corriente opina que las posturas separatistas que identifican al hombre como el “enemigo a vencer”, han apartado a muchas mujeres pobres y ‘racializadas’ del movimiento feminista. Ello, debido a que sus experiencias de vida les enseñan que tienen más en común con los hombres -con quienes comparten su raza y clase- que con las mujeres blancas y burguesas que abanderan el feminismo hegemónico.

Así, históricamente las mujeres pertenecientes a grupos desaventajados han formado alianzas importantes con hombres y han verificado el poder transformador de este tipo de vínculos.

Esta reflexión nos demuestra que, para recuperar el énfasis del feminismo como lucha revolucionaria, no podemos seguir permitiendo la aceptación del antagonismo entre los sexos (Hooks, 1984).

Y así como me parece que es importante señalar que los hombres no son el enemigo por vencer, igual de relevante es aceptar que ser mujer no es sinónimo de ser feminista. Muchas mujeres en posiciones de poder utilizan sus recursos para avanzar agendas que son totalmente contrarias a los derechos humanos de las mujeres. Ellas buscan -con consciencia o sin ella- insertarse en estructuras patriarcales no para transformarlas, sino para seguir replicando prácticas opresivas. Ejemplo de ello es Giorgia Meloni, la primera mujer en ocupar el cargo de Primera Ministra en Italia, quien lamentablemente se ha caracterizado por oponerse al derecho al aborto y al matrimonio igualitario.

También hay que recordar que muchas mujeres que pertenecen a distintos movimientos antipatriarcales han decidido válidamente no identificarse como “feministas”, precisamente porque consideran que el concepto ha sido acaparado por una plataforma blanca, ‘cisheteronormada’ y privilegiada que es poco empática con sus respectivas luchas.

Por cuanto a los hombres que públicamente se identifican como aliados, históricamente podemos encontrar tanto buenos como malos ejemplos. Por supuesto que existieron hombres que asumieron costos políticos por posicionarse a favor de los derechos de las mujeres como John Stuart Mill o François Poullain de la Barre y aun así no claudicaron. En el caso mexicano tenemos a Venustiano Carranza, quien promulgó la Ley del Divorcio y la Ley sobre Relaciones Familiares que implicaron un cambio paradigmático en la concepción de la autonomía y el ejercicio de los derechos de las mujeres mexicanas, sin duda bajo la influencia de su secretaria particular: la destacada feminista Hermila Galindo.

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Sin embargo, también hay que guardar cierta precaución con creerles sin reservas a todos los hombres que se ostenten como “aliados”. Ahí tenemos el caso del expresidente Bill Clinton, quien durante su administración propuso a Ruth Bader Ginsburg para ser Jueza en la Corte Suprema de Estados Unidos y en 1994 promulgó la Ley sobre la Violencia contra la Mujer. Sin embargo, es bien sabido que ha sido acusado en múltiples ocasiones de haber abusado sexualmente de mujeres, valiéndose para ello de su posición de poder.

Lo que estos casos nos demuestran es que, más que las etiquetas, lo que tiene que verificarse es qué tanta congruencia guarda el actuar de cada quien con los principios que dice defender. Ser feminista no depende del género, sino de los valores personales. Así, podemos llamar feminista a cualquier persona que se manifieste en contra de la injusticia o desigualdad institucionalizada que permite que los hombres tengan privilegios sobre las mujeres; y, que se oponga al poder que mantiene las prerrogativas del hombre en una cultura concreta, esforzándose por transformar las ideas dominantes y/o las instituciones y prácticas sociales (Offen, 1988).

Abandonar la idea de que la igualdad de género es un “asunto de mujeres” nos conmina a actuar como sociedad de manera revolucionaria para cambiar el comportamiento sexista de los hombres desde una edad temprana. Los hombres necesitan verdaderamente escuchar las experiencias de mujeres que han sufrido violencia y/o discriminación y sensibilizarse acerca de cómo ésta afectó sus vidas. Después, deben organizarse para que otros hombres tomen a esta problemática como una prioridad.

Es necesario que ellos reflexionen acerca de su rol en la desigualdad de género y que piensen en cómo pueden participar activamente en su prevención y erradicación. Las vidas de hombres y mujeres están interconectadas; lo que nos afecta a unas les debe de afectar a todos (Katz, 2005). La violencia y discriminación contra las mujeres y niñas tiene que ser entendida como un problema universal que amerita y requiere con urgencia que cada miembro de la sociedad tome cartas en el asunto.

En suma, considero que de ninguna manera debemos apuntar darles a los hombres un papel protagónico dentro del movimiento feminista, pero sí tenemos que empezar a pensar en la igualdad de género como un tema que indudablemente atraviesa y debe incumbir a todas las personas.

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Nota del editor: Alejandra Spitalier es Coordinadora de la ponencia del ministro Arturo Zaldívar. Siguela en Twitter . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

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