Este tipo de posturas pugnan por distintas acciones tales como las marchas y los espacios separatistas, además de identificar a los hombres como el “enemigo a vencer” dentro del sistema patriarcal. A su parecer, todos los hombres son opresores de todas las mujeres (Redstockings, 1969).
Por otro lado, encontramos un amplio grupo que considera que los hombres sí pueden, e incluso deben, ser parte de esta lucha. El gran punto de reflexión de esta corriente opina que las posturas separatistas que identifican al hombre como el “enemigo a vencer”, han apartado a muchas mujeres pobres y ‘racializadas’ del movimiento feminista. Ello, debido a que sus experiencias de vida les enseñan que tienen más en común con los hombres -con quienes comparten su raza y clase- que con las mujeres blancas y burguesas que abanderan el feminismo hegemónico.
Así, históricamente las mujeres pertenecientes a grupos desaventajados han formado alianzas importantes con hombres y han verificado el poder transformador de este tipo de vínculos.
Esta reflexión nos demuestra que, para recuperar el énfasis del feminismo como lucha revolucionaria, no podemos seguir permitiendo la aceptación del antagonismo entre los sexos (Hooks, 1984).
Y así como me parece que es importante señalar que los hombres no son el enemigo por vencer, igual de relevante es aceptar que ser mujer no es sinónimo de ser feminista. Muchas mujeres en posiciones de poder utilizan sus recursos para avanzar agendas que son totalmente contrarias a los derechos humanos de las mujeres. Ellas buscan -con consciencia o sin ella- insertarse en estructuras patriarcales no para transformarlas, sino para seguir replicando prácticas opresivas. Ejemplo de ello es Giorgia Meloni, la primera mujer en ocupar el cargo de Primera Ministra en Italia, quien lamentablemente se ha caracterizado por oponerse al derecho al aborto y al matrimonio igualitario.
También hay que recordar que muchas mujeres que pertenecen a distintos movimientos antipatriarcales han decidido válidamente no identificarse como “feministas”, precisamente porque consideran que el concepto ha sido acaparado por una plataforma blanca, ‘cisheteronormada’ y privilegiada que es poco empática con sus respectivas luchas.
Por cuanto a los hombres que públicamente se identifican como aliados, históricamente podemos encontrar tanto buenos como malos ejemplos. Por supuesto que existieron hombres que asumieron costos políticos por posicionarse a favor de los derechos de las mujeres como John Stuart Mill o François Poullain de la Barre y aun así no claudicaron. En el caso mexicano tenemos a Venustiano Carranza, quien promulgó la Ley del Divorcio y la Ley sobre Relaciones Familiares que implicaron un cambio paradigmático en la concepción de la autonomía y el ejercicio de los derechos de las mujeres mexicanas, sin duda bajo la influencia de su secretaria particular: la destacada feminista Hermila Galindo.