América Latina vive un momento confuso o, mejor dicho, paradójico. Los sistemas políticos de la región están experimentando múltiples cambios, pero muchos de los marcos conceptuales a través de los cuales se interpretan esos cambios se muestran inflexibles, avejentados, incapaces de dar cuenta de las distinciones, los matices o las novedades.
Digamos que, en términos generales, lo versátil de los hechos contrasta con lo inalterable de las ideas. Cuesta trabajo creerlo, pero a veces parece que todavía es necesario argumentar, por ejemplo, que no todas las izquierdas latinoamericanas son lo mismo (ni las derechas tampoco, dicho sea de paso).
Hasta la demonología medieval era más sofisticada: proponía la existencia de una pluralidad de demonios, admitía que tenían características disímiles y nunca saltaba a la conclusión de que todos eran Satanás. Lo que entonces hubiera sido desautorizado como teología de muy baja calidad hoy es admitido, tanto por los devotos de la ortodoxia como de la herejía, como un discurso político válido.
¿Por qué? Porque equiparar a Boric o a Petro con Chávez u Ortega es un recurso simplista pero efectivo. Simplista porque exagera sus parecidos (incluso se los inventa cuando no los hay) y menosprecia, o de plano ignora, sus diferencias. Efectista porque al enfatizar esos parecidos crea un sesgo de confirmación que al decirle a unos y otros lo que quieren oír, los exenta de habérselas con la evidencia que los contradice.
El lopezobradorismo ensalzó las victorias de Boric y Petro como si fueran una victoria propia. Sin embargo, la comparación con esos liderazgos sirve para formular varias críticas a la gestión de López Obrador.
La prioridad que le ha dado el gobierno de Boric a los derechos humanos, tanto en su política interna como en la exterior, no tiene ningún equivalente en la administración lopezobradorista. La apuesta por emprender profundas reformas tributarias con propósitos explícitamente redistributivos, tanto en el caso de Boric como en el de Petro, es una clara señal de vocación progresista que en México ha brillado por su ausencia.
Y el compromiso de Petro con la transición hacia las energías limpias y la justicia ambiental, entendida como una forma de justicia social, está en las antípodas de lo que ha sido la política energética y la negligencia medioambiental de la autodenominada 4T. Más que festejar, al lopezobradorismo debería darle vergüenza.