México está inmerso en un orbe crecientemente globalizado en todos los ámbitos, a pesar de intentos populistas de regresar a un mundo autárquico. Vivimos en ese pequeño punto azul en el espacio, como le llamó Carl Sagan a nuestro planeta. Es por ello que la consciencia humana de habitar la misma tierra es parte de algo que llegó para quedarse. Los grandes problemas del mundo son globales: del calentamiento global a las finanzas internacionales; de la migración a escala planetaria a la revolución en los transportes. De igual manera, en el mundo ya nadie detiene a grandes movimientos de solidaridad. La justicia también se ha globalizado, como lo atestigua la existencia de, por ejemplo, la Corte Penal Internacional que ha sometido a la justicia a Jefes de Estado por crímenes contra la humanidad que antes habrían permanecido impunes.
Enfrentar estos dilemas requiere de liderazgos que no sólo entiendan los problemas comunes de la humanidad, sino que puedan entrar en un diálogo fructífero con otros líderes. Desgraciadamente, el actual régimen imperante en México tiene una vocación provinciana. A pesar de esto, el Presidente tampoco es congruente. Sobran los ejemplos en los que su discurso es intervencionista, sobre todo cuando se trata de América Latina, donde aparentemente pretende ejercer un liderazgo.
En los hechos, el obradorismo se ve como aliado de gobiernos y movimientos de izquierda autoritarios en el continente. Su respaldo al presidente golpista en Perú no es episódico o meramente retórico y reactivo. Es estructural, activo y persistente. Tanto así que a la familia del ex-Presidente y hoy enjuiciado Pedro Castillo, se le otorgó asilo en la Embajada mexicana, hecho que irritó a varios congresistas en Perú, algunos de los cuáles pidieron que se nombrara a López Obrador, persona non grata, por su intervencionismo en asuntos internos de Perú. La situación escaló a tal grado que el gobierno peruano expulsó al Embajador mexicano, un hecho inédito en la historia de nuestra diplomacia.
Se puede, entonces, definir a la política exterior de López Obrador como la de una tentativa de desconectarse de las grandes tendencias mundiales, con la pérdida de influencia de México en el mundo, al tiempo que se busca encabezar el movimiento de izquierda autoritaria en América Latina, y todo esto justificado con una pátina incoherente en la que se apela a la retórica de la no intervención.
