Así las cosas, una verdadera política de austeridad republicana implicaría un acuerdo entre una diversidad de sectores políticos y sociales que asumieran, a partir de un examen racional de la realidad económica, la necesidad de disminuir el gasto público.
Esto ciertamente ha ocurrido en varias democracias del mundo, en determinados momentos y bajo ciertas circunstancias. Pero esto debe ser una decisión consensuada por los diversos actores políticos y sociales, si es que se tratara de una política verdaderamente republicana.
Las contradicciones de la política de austeridad obradorista son palmarias. No puede ser republicana una política de austeridad que busca desaparecer a organismos autónomos bajo la acusación sin pruebas de que estos son corruptos. No hay hasta ahora una valoración administrativa, contable o gerencial que haya probado que la mayoría o todos los organismos de fiscalización autónomos existan para que quienes los dirigen se hagan ricos. Y esta es la acusación del presidente y de su grupo.
Detrás de este infundio más bien se encuentra el deseo político de controlar centralmente la toma de decisiones y que no exista forma de fiscalizar cómo se administran los recursos. Curiosamente esto sí lleva a que aumente la probabilidad de prácticas corruptas. En una República es precisamente este ecosistema de organismos autónomos de fiscalización los que reducen la probabilidad de que administradores se enriquezcan inexplicablemente.
Otro problema es que el obradorismo en realidad practica una política de austeridad caprichosa, ahí donde no le interesa gastar al Ejecutivo. El gobierno no es de ninguna manera austero cuando se trata de financiar los proyectos favoritos del presidente. No se escatiman recursos en la refinería de Dos Bocas, en Pemex o en el Tren Maya. Esto no sería un problema si no existiera una zona en que se vuelve prácticamente imposible saber el nivel en el que se está excediendo el gasto público en estos proyectos.
Para muchos de nosotros es irracional, desde el punto de vista del bienestar y la justicia ciudadana, que no aumente significativamente el gasto en salud pública o educación, pero sí en los proyectos favoritos del presidente, incluyendo estadios de béisbol.