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#ColumnaInvitada | La caprichosa política exterior de López Obrador

Un caso emblemático en el que López Obrador ignoró los principios de política exterior fue su reacción ante la reciente destitución de Pedro Castillo como presidente de Perú.
mar 27 diciembre 2022 07:00 AM
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En sus redes sociales, López Obrador denunció a las élites peruanas por haber mantenido un ambiente de confrontación y hostilidad en contra de Pedro Castillo Terrones (der.).

En semanas recientes, el presidente López Obrador ha lanzado una serie de disputas con diversos países, entre las que destacan los reclamos y las críticas contra las empresas y el gobierno de España, el reclamo a las élites de Perú por la destitución del ahora expresidente Pedro Castillo y las continuas provocaciones al gobierno de Estados Unidos.

No se trata de acontecimientos aislados, sino de hechos representativos que dan cuenta de cómo ha sido la conducción de la política exterior por parte del presidente López Obrador.

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Es verdad que los líderes de todos los países buscan imprimirle un sello personal a su manera de conducir las relaciones internacionales. No obstante, durante el sexenio de López Obrador, el cariz personalista de la política exterior se ha acentuado, por lo que ésta se ha caracterizado por exabruptos, caprichos y cierto desdén a la Cancillería y al Servicio Exterior Mexicano.

En sus últimos conflictos, el mandatario ha emitido una serie de declaraciones que poco se relacionan con los principios constitucionales que rigen el actuar de México en el exterior desde hace más de tres décadas. Por ello, se puede argumentar que, durante este sexenio, López Obrador ha convertido a la política exterior en una herramienta adicional para conquistar sus objetivos personales de política interna, tales como mantener un amplio respaldo popular o ser visto como un líder que lucha por causas justas y la unidad latinoamericana.

Como ejemplo, vale la pena retomar lo acontecido el pasado 16 de diciembre, cuando el mandatario negó que México y España hubieran retomado sus relaciones, al asegurar que “no existe una actitud de respeto (hacia México)” por parte del gobierno español. La declaración se dio horas después que los cancilleres de ambos países sostuvieran una reunión para “relanzar” la relación bilateral, un evento que al final López Obrador rechazó.

Sobre este caso, el presidente sabe que la indignación ante las atrocidades que vivió la población indígena en la época de la Conquista es uno los temas que hoy en día siguen dividiendo a una gran parte de la población en el país. Por ello, lejos de que al mandatario le preocupe la opinión de España en estos eventos, el principal interés de López Obrador con estas acciones es consolidar su narrativa de reivindicaciones sociales y su discurso indigenista frente a la población mexicana, sin importar los efectos que sus palabras y acciones puedan tener en el escenario internacional o la relación diplomática.

En la misma línea, otro caso emblemático en el que López Obrador ignoró los principios de política exterior fue su reacción ante la reciente destitución de Pedro Castillo como presidente de Perú.

A través de su cuenta de Twitter, el mandatario denunció a las élites peruanas por haber mantenido un ambiente de confrontación y hostilidad en contra de Castillo Terrones, “hasta llevarlo a tomar decisiones que le han servido a sus adversarios para consumar su destitución”. No obstante, destaca que, en las primeras líneas del mensaje, López Obrador aclaró que supuestamente uno de los principios que siguió el gobierno mexicano en todo momento fue el de la autodeterminación de los pueblos. Al igual que en la confrontación con España, la tarea de fundamentar las decisiones del gobierno mexicano en los principios normativos de política exterior, como el de la solución pacífica de las controversias o el de la no intervención, se torna casi imposible.

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Si bien estos principios siempre se han aplicado de manera pragmática —dado que nunca han estado desligados por completo de la política interna—, el gobierno de López Obrador rompió con la continuidad que le habían dado los gobiernos anteriores en su forma de adaptarlos, y su política exterior no parece seguir el “pragmatismo principista” que solía caracterizar a la diplomacia mexicana.

Descrito lo anterior, es posible sostener que el uso que hoy López Obrador le da a la política exterior del país y a los principios normativos solo reafirma su interés en consolidarse como un líder popular en México. La estrategia aplicada en los últimos sucesos se puede resumir en dos acciones principales: hablar hacia el exterior (a otros actores fuera del país, en particular rivales) para que el mensaje repercuta de manera directa al interior (la población mexicana), a fin de retomar banderas tradicionales de la izquierda latinoamericana, como el antiimperialismo, el nacionalismo, entre otras.

En síntesis, los eventos más recientes son ilustrativos de, por un lado, la poca importancia que otorga el titular del Ejecutivo a los acontecimientos que ocurren fuera de México y, por el otro, el franco deterioro de una política exterior mexicana a la que, si bien el presidente reconoce por los éxitos diplomáticos pasados, continúa demeritando con nombramientos políticos o buscando que México participe en conflictos innecesarios.

Nota del editor: Jafet Sánchez (@JafetR94) es consultor en Integralia Consultores (@Integralia_MX). Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente a los autores.

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