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#ColumnaInvitada | Cuando te vas de fiesta y eres servidora pública

Sanna Marin, la primera ministra de Finlandia, fue señalada en redes sociales y medios de comunicación por unos videos filtrados en los que aparece bailando con sus amigas en una fiesta privada.
lun 14 noviembre 2022 06:00 AM
#ColumnaInvitada | Cuando te vas de fiesta y eres servidora pública
Sanna Marin, primera ministra de Finlandia, es la mandataria en activo más joven del mundo y ha sido reconocida internacionalmente por dirigir un gobierno de coalición compuesto por cinco partidos políticos, en el que todas sus líderes son mujeres.

Sanna Marin es una mujer finlandesa de 36 años que siendo muy joven ingresó a la política y rápidamente ascendió en las filas del partido socialdemócrata. Antes de ostentar su cargo actual como primera ministra de Finlandia, fue diputada y ministra de transporte.

La mandataria en activo más joven del mundo ha sido reconocida internacionalmente por dirigir un gobierno de coalición compuesto por cinco partidos políticos, en el que todas sus líderes son mujeres. Entre los principales logros de su gestión destacan el adecuado manejo de la crisis sanitaria por la pandemia del COVID-19; la unión de Finlandia a la OTAN; y, la implementación de políticas públicas en favor de las mujeres y los grupos de la diversidad sexual.

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A pesar de sus éxitos en el servicio público y de contar con un alto índice de aprobación en su país, en los últimos meses Marin fue ampliamente señalada en redes sociales y medios de comunicación por una serie de videos filtrados en los que aparece bailando con sus amigas en una fiesta privada.

El debate sobre los límites entre la publicidad y la privacidad de la vida de una persona servidora pública, así como los derechos de las y los ciudadanos a obtener información sobre actividades relacionadas con la función pública, no es exclusivo de Finlandia. En el caso específico de México, la Suprema Corte de Justicia ha establecido a grandes rasgos que, a diferencia de la ciudadanía, las personas servidoras públicas están sujetas a un mayor escrutinio en sus actividades cuando las mismas estén relacionadas con el desempeño de sus funciones.

En principio esta dicotomía entre actividades públicas y privadas pudiera parecer fácil de identificar; sin embargo, esta distinción se vuelve menos nítida cuanto más alto y demandante sea el cargo público del que estamos hablando. Así, a mayor responsabilidad pública, menor privacidad. La naturaleza de las necesidades apremiantes del servicio público, no tienen día ni horario.

Ahora bien, en el caso de Finlandia algunos medios de comunicación sostienen que el comportamiento de la primera ministra en dicha fiesta podría comprometer la toma de decisiones relevantes, principalmente si se llegara a presentar una crisis mientras ella -asumen- pudiera encontrarse bajo la influencia del alcohol u otras sustancias.

Si bien estos planteamientos han sido comunes en otros escenarios o escándalos de funcionarios públicos a lo largo de la historia mundial, al grado de ser materia de análisis académico y objeto de precedentes jurisprudenciales de tribunales y cortes de muchos países, el caso Sanna Marin parece que está aderezado adicionalmente de otro tipo de extrañamientos que diferencian el debate.

Y es que es de llamar la atención que la primera ministra finlandesa ha sido anteriormente condenada por sus detractores como protagonista de diversos “escándalos” como lo son amamantar en público, utilizar chamarras de piel y acudir a festivales de música. En efecto, la discusión sobre el comportamiento de la primera ministra se ha visto sesgada por grupos de poder que han aprovechado la coyuntura para emitir pronunciamientos basados en dobles estándares y roles tradicionales de género según los cuales las mujeres, por mencionar a la ligera solo algunos ejemplos, deben comportarse de forma recatada, seria, no consumir alcohol en ninguna medida, no bailar de forma “provocativa”, no salir hasta tarde.

Es evidente que la primera ministra no se adapta -ni intenta hacerlo- al modelo político tradicional que hemos conocido. Ya lo decía Marta Fraile en un artículo publicado recientemente en El País: “el prototipo de personas que ejercen cargos de responsabilidad política está diseñado para hombres por lo general blancos, maduros, con formación y experiencia política”. Como mujer, joven, madre, criada en familia de la diversidad sexual, Marin desafía una estructura diseñada por hombres para hombres, no intenta encajar en ella sino cuestionarla, reestructurarla, cambiarla para que más mujeres y personas que no cumplían con estos cánones puedan acceder y ejercer estos cargos. Está siendo juzgada por ello.

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A lo largo de la historia hemos sido testigos de infinidad de casos en los que hombres que ejercen cargos públicos se comportan de manera éticamente reprochable estando en funciones; y, sin embargo, la indignación, atención mediática y descalificación no son tan severas y el tema se olvida rápido, sobre todo si dicho comportamiento no implicó una toma de decisión indebida. Una explicación podría ser que estos casos son más frecuentes, simplemente porque la apabullante mayoría de altos cargos públicos a nivel mundial se ocupan por hombres; o bien, porque socialmente a las mujeres servidoras públicas se les aplica -no un doble, sino hasta un triple- estándar de nivel de comportamiento.

Como sea, lo cierto es que en el caso de las mujeres ese comportamiento “ético” tiene un rigor mucho más alto, es decir, está basado en un nivel de exigencia mucho más rígido que el previsto para los hombres. De ahí que a las mujeres que se atreven a salir del rol tradicionalmente asignado, se les descalifique por ello y no por un mal resultado de su gestión o, incluso, por un verdadero escándalo ético. Para muestra de ello hay quienes exigían la renuncia de Sanna Marin por cuestiones tan banales como asistir y bailar en una fiesta privada, no por un mal comportamiento ético ni por su gestión pública.

Como lo mencioné en un artículo previo en este espacio, a las mujeres se nos exige cumplir con un estándar de súper mujeres o mujeres maravilla. Esto adquiere aún mayores implicaciones cuando llegamos a cargos que históricamente las mujeres no habíamos ocupado. Se nos demanda un nivel de perfección que no es demandado para los hombres, porque se parte de la idea de que los primeros peldaños no son nuestros y todo el tiempo debemos de probar “estar a la altura”. Exijamos y escrudiñemos al servicio público bajo los más altos estándares, pero asegurémonos que éstos no sean desde los estereotipos o prejuicios sociales o morales.

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Nota del editor:

La autora es secretaria general de la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

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