A pesar de sus éxitos en el servicio público y de contar con un alto índice de aprobación en su país, en los últimos meses Marin fue ampliamente señalada en redes sociales y medios de comunicación por una serie de videos filtrados en los que aparece bailando con sus amigas en una fiesta privada.
El debate sobre los límites entre la publicidad y la privacidad de la vida de una persona servidora pública, así como los derechos de las y los ciudadanos a obtener información sobre actividades relacionadas con la función pública, no es exclusivo de Finlandia. En el caso específico de México, la Suprema Corte de Justicia ha establecido a grandes rasgos que, a diferencia de la ciudadanía, las personas servidoras públicas están sujetas a un mayor escrutinio en sus actividades cuando las mismas estén relacionadas con el desempeño de sus funciones.
En principio esta dicotomía entre actividades públicas y privadas pudiera parecer fácil de identificar; sin embargo, esta distinción se vuelve menos nítida cuanto más alto y demandante sea el cargo público del que estamos hablando. Así, a mayor responsabilidad pública, menor privacidad. La naturaleza de las necesidades apremiantes del servicio público, no tienen día ni horario.
Ahora bien, en el caso de Finlandia algunos medios de comunicación sostienen que el comportamiento de la primera ministra en dicha fiesta podría comprometer la toma de decisiones relevantes, principalmente si se llegara a presentar una crisis mientras ella -asumen- pudiera encontrarse bajo la influencia del alcohol u otras sustancias.
Si bien estos planteamientos han sido comunes en otros escenarios o escándalos de funcionarios públicos a lo largo de la historia mundial, al grado de ser materia de análisis académico y objeto de precedentes jurisprudenciales de tribunales y cortes de muchos países, el caso Sanna Marin parece que está aderezado adicionalmente de otro tipo de extrañamientos que diferencian el debate.
Y es que es de llamar la atención que la primera ministra finlandesa ha sido anteriormente condenada por sus detractores como protagonista de diversos “escándalos” como lo son amamantar en público, utilizar chamarras de piel y acudir a festivales de música. En efecto, la discusión sobre el comportamiento de la primera ministra se ha visto sesgada por grupos de poder que han aprovechado la coyuntura para emitir pronunciamientos basados en dobles estándares y roles tradicionales de género según los cuales las mujeres, por mencionar a la ligera solo algunos ejemplos, deben comportarse de forma recatada, seria, no consumir alcohol en ninguna medida, no bailar de forma “provocativa”, no salir hasta tarde.
Es evidente que la primera ministra no se adapta -ni intenta hacerlo- al modelo político tradicional que hemos conocido. Ya lo decía Marta Fraile en un artículo publicado recientemente en El País: “el prototipo de personas que ejercen cargos de responsabilidad política está diseñado para hombres por lo general blancos, maduros, con formación y experiencia política”. Como mujer, joven, madre, criada en familia de la diversidad sexual, Marin desafía una estructura diseñada por hombres para hombres, no intenta encajar en ella sino cuestionarla, reestructurarla, cambiarla para que más mujeres y personas que no cumplían con estos cánones puedan acceder y ejercer estos cargos. Está siendo juzgada por ello.