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#ColumnaInvitada | De faldas, pantalones y algo más

La batalla de hoy es por la igualdad y el uniforme neutro es un paso más para alcanzarla.
lun 17 octubre 2022 11:59 PM
Uniformes escolares
En México, el traje colegial no es obligatorio, sin embargo se trata de una práctica recomendada por la SEP para la educación básica, pues favorece la igualdad entre estudiantes con independencia de su estatus económico o social, señala Alejandra Spitalier.

Estamos iniciando el Otoño y con ello el clima fresco de las mañanas, por lo menos en la CDMX. Y así, tratando de arropar de mejor manera a mis hijas para salir al colegio, he recordado mis años escolares en los que, en mi caso, era obligatorio el frío uniforme de falda y calcetas blancas.

A pesar de los múltiples reclamos que le hacía a mi madre respecto de aquel código de vestimenta, siempre perdí esa batalla.

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- Mamá: ¿Por qué no puedo usar pantalón si hace muchísimo frío? Además, los niños nos molestan diciendo que se nos ven los calzones.

- Así es el uniforme. Si llevas pantalón no te van a dejar entrar.

Insatisfecha con la respuesta de mi madre, hice la misma pregunta a una de mis profesoras. Su respuesta fue aún más contundente:

-Porque las niñas usan falda.

Se desconoce con exactitud su origen, pero se cree que el uniforme escolar surgió a propuesta de congregaciones católicas asentadas en países europeos (ONG Educo). Desde su gestación, el atavío consistió en falda o jumper para las niñas y pantalón y camisa para los niños; es decir, replicó el tipo de ropa asignada típicamente en función del sexo de los colegiales.

Dicha vestimenta se mantuvo durante siglos, hasta que en años recientes centros educativos de diversos países europeos optaron por implementar un sistema de uniformes neutros conforme al cual niñas, niños y niñes pueden libremente utilizar pantalón o falda.

En México, el traje colegial no es obligatorio (PROFECO, 2014), sin embargo se trata de una práctica recomendada por la propia Secretaría de Educación Pública para nuestra educación básica puesto que favorece la igualdad entre estudiantes con independencia de su estatus económico o social; les da un sentido de pertenencia; y, a largo plazo, implica un ahorro para la familia. Por ello, el mismo se ha implementado a nivel nacional por las instituciones públicas y comúnmente se ha utilizado en las escuelas privadas.

Al igual que en Europa, el uniforme escolar mexicano replicó los códigos de vestimenta basados en estereotipos, y fue hasta 2019 que la Secretaría de Educación Pública, en coordinación con las autoridades de la Ciudad de México, emitió los lineamientos para el uso de uniforme neutro en las escuelas públicas de la capital del país. Conforme a este documento, las autoridades buscan el uso libre de falda o pantalón en las escuelas de educación básica con miras a fomentar un trato equitativo y sin discriminación, y para dar un paso firme hacia la igualdad sustantiva de género.

A esta tendencia se adhirió el estado de Sonora, que en septiembre pasado reformó su ley local para que las alumnas puedan elegir libremente entre falda o pantalón. Por su parte, en Quintana Roo y Oaxaca se presentaron iniciativas legales que buscan permitir el uniforme escolar neutro. Mientras que Veracruz y Tlaxcala también se han sumado a esta discusión.

En todos estos países y estados dentro de la República mexicana, el uniforme escolar neutro se ha entendido y aplicado de manera diferente. Mientras para algunos el uniforme optativo es solamente para las niñas, en otros es decisión de los padres o tutores y en otros incluye además a los menores de diversidad sexual. La discusión sigue abierta, pero la apuesta -desde la perspectiva de derechos humanos- debiera ser incluyente; esto es, no solo para beneficio de las niñas y mujeres binarias sino también para niñas, niños, niñes y adolescentes con cualquier sexo, identidad o preferencia sexual.

Es cierto que para un sector de nuestra población es innecesario hacer modificación a los uniformes, incluso les resulta plausible conservar las costumbres que permiten a los niños y a las niñas identificarse y desarrollarse en una sociedad que les asigna roles y características según su sexo, pues ello es acorde a su estilo de familia, valores y organización social tradicionales. Para este sector de la población la decisión no es una cuestión de derechos, sino de mantener el statu quo.

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Su resistencia al cambio es producto de siglos en los que la vestimenta se ha utilizado como un factor distintivo entre los hombres y las mujeres. Esta tradición se sustenta en una estructura en la que la ropa masculina ha atendido a su funcionalidad, comodidad y posición de poder en la sociedad; mientras que el código de vestimenta para las mujeres ha respondido a toda clase de argumentos -incluso contradictorios- formulados en el contexto de una sociedad construida desde una visión machista, con estilos que van desde un encubrimiento de partes del cuerpo femenino para evitar “inmoralidades” o “provocaciones”, hasta códigos que sexualizan y exponen el cuerpo de la mujer según las necesidades del mercado patriarcal.

Ya lo decía Simone de Beauvoir en su libro El Segundo Sexo: “No hay nada tan poco natural como vestirse de mujer; sin duda, la ropa masculina también es un artificio, pero es más cómoda y simple, está hecha para favorecer la acción en lugar de entorpecerla.”

Y es que resulta innegable que la vestimenta ha sido -y continúa siendo- un elemento constante en la lucha por los derechos, principalmente de las mujeres y de los grupos de diversidad sexual. A manera de ejemplos encontramos la minifalda como emblema de la liberación sexual; el pantalón como parte de la lucha por la igualdad; y, pañuelos morados y verdes como símbolos de feminismo. Así pues, la vestimenta más que un pedazo de tela es el reflejo del pensamiento imperante en una sociedad y de sus luchas (Bard, 2010).

La promoción de los uniformes neutros busca la defensa de los derechos de los escolares para crecer sin estereotipos y permitirles que se vayan desarrollando y autoidentificando con mayor libertad y dignidad. No pretende imponer ideas, prohibiciones o restricciones.

Por el contrario, desde un reconocimiento del libre desarrollo de la personalidad; de la igualdad de género; y, de la dignidad intrínseca del ser humano con independencia de su sexo, orientación sexual o identidad de género; es que las niñas, niños y adolescentes deberían poder usar el tipo de ropa que evite perpetuar estereotipos y roles de género, mismos que han sido caldo de cultivo para mantener un sistema de desigualdad estructural y violencia hacia las mujeres y grupos de la diversidad sexual.

La vestimenta escolar neutra -y hasta podría incluirse el largo de la cabellera en el caso de los niños, niñes y adolescentes-, permite que el alumnado utilice el atuendo con el que se identifique, se sienta cómodo y le permita desarrollarse y crecer con la libertad de ser quienes quieran ser. Todo ello, sin los límites mentales de quienes estamos criando.

La batalla de hoy es por la igualdad y el uniforme neutro es un paso más para alcanzarla.

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Nota del editor:

La autora es secretaria general de la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

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