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#ColumnaInvitada | Monogamia heterosexual, ¿aliada o adversaria del feminismo?

Cada persona tiene el derecho y la libertad de llegar a los acuerdos que necesite para construir relaciones horizontales en las que se garantice la igualdad de las partes.
lun 31 octubre 2022 06:01 AM
parejas jóvenes México
Si bien la monogamia surge con criterios patriarcales para someter a las mujeres, en los feminismos no hay uniformidad sobre si los modelos no-monógamos son la respuesta relacional que beneficia de mejor manera a la igualdad sustantiva de género, señala Alejandra Spitalier.

Soy parte de una generación que creció con la idea de que el único modelo de relación aceptable era la monogamia heterosexual, cuyo fin último solía ser el matrimonio. Y si bien hace 15 años la monogamia homosexual empezaba a defenderse como matrimonio igualitario, apenas ahora es una realidad en nuestro país y constituye un avance fundamental desde la perspectiva de igualdad y derechos humanos.

Sin embargo, hoy en día y sobre todo desde la juventud, existen cuestionamientos sobre si la monogamia es la única manera de ejercer la sexualidad y las relaciones amorosas de forma ética y responsable.

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Como punto de partida debemos reconocer que la manera en que nos relacionamos está condicionada por nuestro entorno. Entorno que se define e impone desde los grupos dominantes para legitimar su control y poder social, ya que desde ahí se establecen pautas “convenientes” de comportamiento. Esa realidad construida socialmente, al transmitirse de generación en generación sin mayor cuestionamiento, se asume como lo natural (Berger y Luckman, 1968).

Ahora bien, a partir del siglo XIX el capitalismo institucionalizó la monogamia heterosexual como pilar funcional del estado patriarcal. La idea de exclusividad sexual de la pareja fue lo que permitió la sujeción de las mujeres bajo el mandato de procrear hijos de una paternidad cierta (Engels, Friedrich, 2011); esto es, la propiedad privada sobre las mujeres mantenía las líneas hereditarias (Robinson, Victoria, 1997).

Como cómplice necesario de la monogamia heterosexual, capitalista y patriarcal, surge el mito del amor romántico. Esta quimera -además de perpetuar los roles sexuales diferenciados en los que la feminidad es pasiva, sumisa y débil y la masculinidad, fuerte y dominante-, dicta para las mujeres que el final feliz ocurrirá con la llegada del príncipe encantador y que nuestra mayor recompensa de vida será servirle y cuidar de sus hijos; mientras que a él se le permiten posiciones de liderazgo y poder, puesto que tiene todo un reino que dirigir.

Por último, la institucionalización de la monogamia valida el sentido de pertenencia y dependencia; los celos como manifestación de interés, amor y posesión legítima; la ilusión de encontrar en la pareja el complemento y satisfacción de todas las necesidades y expectativas; y, reciprocidad eterna de la media naranja (Pérez y Bosch, 2013). Por supuesto que el inminente fracaso de la fórmula utópica antes relatada trae consigo la insatisfacción, la culpa, la infidelidad, la violencia celosa y la sobre exigencia narcisista.

Ante tal panorama, perjudicial principalmente para las mujeres, muchas feministas piensan que la no-monogamia ética puede transformar las dinámicas de poder en las relaciones heterosexuales. Este modelo relacional consiste en un arreglo conforme al cual –desde el compromiso y el consentimiento recíproco- las personas tienen o pueden tener múltiples conexiones románticas, sexuales y/o íntimas (Yau, Leanne, 2022).

Como todo, este modelo relacional tampoco está exento de un factor de privilegio, ya que para poder garantizar su práctica desde la igualdad es indispensable que las partes involucradas tengan un grado de disponibilidad de tiempo y autonomía financiera más o menos equilibrado, a fin de evitar precisamente situaciones de dependencia o control (Robinson, Victoria, 1997).

Como posición contraria a la no-monogamia, el Comité CEDAW ha sostenido que “[l]a poligamia infringe el derecho de la mujer a la igualdad con el hombre y puede tener consecuencias emocionales y económicas, tan graves para ella, al igual que para sus familiares a cargo, que debe desalentarse y prohibirse” y, los Estados parte deberían abolirla (Comité CEDAW, 1994, 2013). Algunos sectores feministas hicieron suya esta postura.

Cabe aclarar que dichos pronunciamientos se dan con referencia a la poligamia como matrimonio entre muchas mujeres y un solo hombre, también conocida como poliginia. Figura que claramente se da en un marco de desigualdad entre las partes, e incluso, con mayor intensidad a las mujeres.

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De lo anterior se desprende que, si bien la monogamia surge con criterios patriarcales para someter a las mujeres, en los feminismos no hay uniformidad sobre si los modelos no-monógamos son la respuesta relacional que beneficia de mejor manera a la igualdad sustantiva de género.

Por ello, si estamos en momento de aceptar que los modelos relacionales son construcciones sociales y que una sociedad democrática pasa por el pleno reconocimiento y protección de todas las personas que la integran -en su pluralidad y diversidad-, la conclusión necesaria es admitir que no hay una única fórmula válida ni mucho menos ideal de ejercer nuestra sexualidad y nuestras relaciones afectivas.

Cada persona tiene el derecho y la libertad de llegar a los acuerdos que necesite para construir relaciones horizontales en las que se garantice la igualdad de las partes. Esto es, poco importa si es monogamia o no-monogamia, mientras sea de común acuerdo y en igualdad de posibilidades.

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Nota del editor:

La autora es secretaria general de la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

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