En al menos tres estados, encabezan las encuestas candidatos republicanos que desconocen el resultado legítimo de la elección del 2020 y han prometido “arreglar” un sistema que, en realidad, no necesita arreglo. Lo que buscan es atentar contra la democracia; hacerse de las palancas del poder electoral para, desde ahí, garantizar su permanencia en el poder. Lo que quieren, en otras palabras, es desmantelar la democracia de Estados Unidos.
“Es por eso que esta elección en noviembre podría ser la última elección normal en la historia de Estados Unidos. Estamos en el borde. Estamos en un precipicio. Así es como el fascismo elimina la democracia. Así es como gana el totalitarismo”, explicaba hace poco Adrián Fontes, candidato demócrata al puesto de Secretario de Estado en Arizona.
Fontes no exagera, y bien valdría la pena poner las barbas a remojar.
En México está en marcha un golpe más sutil pero no menos peligroso contra la democracia. La reforma electoral que plantean el presidente y su partido desmantelaría el sistema democrático que ha permitido que los mexicanos elijan de manera democrática a sus gobernantes. Democrática, que no perfecta.
Es evidente que hay mucho por mejorar en la democracia mexicana. Pero la solución no es el desmantelamiento siniestro del INE. Los problemas de la democracia no se solucionan con menos democracia. A menos que lo que se quiera realmente es, pues sí, menos democracia. Las alarmas están encendidas.
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