Uno de los motivos principales por los que se ha difundido esta visión es que buena parte de los arquitectos institucionales e intelectuales de la transición a la democracia participaron o, al menos, observaron de cerca el movimiento estudiantil.
Quizá nada resume mejor la visión teleológica de la transición a la democracia (con el 68 como punto de partida) que el discurso del entonces candidato, Vicente Fox, en el debate presidencial de mayo del año 2000:
“Todas las mexicanas y los mexicanos que nos han precedido en este esfuerzo han sido perseverantes y tesoneros. Recordemos el movimiento estudiantil del 68 y la perseverancia de Rosario Ibarra en la lucha por los desaparecidos políticos, el tesón panista en su batalla por la democracia en los últimos 60 años, la manifestación del silencio de Clouthier y la marcha de la dignidad de Nava, la lucha del Frente Democrático Nacional y los actos de grandeza de Heberto Castillo. El camino ha sido largo y difícil, (pero) estamos llegando al final, gracias a que millones de mexicanas y mexicanos han superado con firmeza, con carácter y un poco de terquedad los desafíos del autoritarismo priista. Estamos a cinco semanas del cambio. ¡Lo queremos! No podemos dejar pasar esta oportunidad”.
Estudios históricos recientes han contribuido a reinterpretar el 68 y aquilatar sus consecuencias políticas y sociales. Desafortunadamente, estos análisis permanecen en los recintos académicos y no han producido gran eco en la discusión pública.
Recomiendo ampliamente revisar los trabajos de Denisse Cejudo, Ana María Serna, Ariel Rodríguez Kuri, Carmen Collado, Alberto del Castillo, Mario Virgilio Santiago, Eric Zolov y otros autores que han presentado análisis novedosos, mesurados y multidimensionales del 68. No obstante, me permito transmitirle al lector mi interpretación sobre el tema, como una invitación a la reflexión y sin ánimo de que asuma estas ideas como ciertas o definitivas.
Es cierto que el 68 fue un claro síntoma del desgaste del régimen posrevolucionario y también es verdad que el movimiento estudiantil arrojó luz sobre diversas demandas que amplios sectores de la sociedad compartían, como la preocupación por la ralentización de la movilidad social, la instalación de más canales de participación política para los ciudadanos o una mayor apertura y tolerancia a la pluralidad política y la disidencia.
No obstante, no se debe ignorar que el gobierno ya había reprimido brutalmente a otros movimientos sociales previamente, como la huelga de los ferrocarrileros en 1959. Es decir, me parece excesivo aseverar que el movimiento estudiantil puso en jaque al régimen, que se vio orillado a responder con violencia, pues esto ya había acontecido antes y, luego de los episodios de represión, se retomó la “normalidad política”.