Los mexicanos estamos en la víspera de nuestros tradicionales festejos de independencia, con el grito del 15 de septiembre y el desfile militar, un día después. Los festejos patrios cumplen distintas funciones públicas y cívicas.
En primer lugar, contribuyen a mantener la identidad nacional: unos con auténtico sentido patrio y otros simplemente con ganas de una buena fiesta, pero casi todos los mexicanos celebramos de alguna manera el 15 de septiembre, ya sea comiendo pozole o chiles en nogada, o acudiendo a alguna plaza pública a escuchar el grito y luego permanecer en los festejos callejeros. Así pues, la celebración de la independencia nos recuerda que pertenecemos a la comunidad nacional de un país llamado México.
En segundo lugar, las celebraciones nacionales sirven para preservar los relatos oficiales sobre la historia de los países. Retomemos los ejemplos mencionados. En Estados Unidos se reproduce el relato de las Trece Colonias que lograron su independencia, siempre enarbolando la bandera de la libertad, y enseguida conformaron la democracia más antigua del mundo.
En Rusia se reproduce el relato de un país que aguantó hasta lo imposible durante el asedio de los nazis, para después levantarse de las cenizas y derrotar a un enemigo que parecía invencible. En México se transmite la narrativa de un pueblo mestizo que en 1810 se unió, por primera vez y para siempre, en aras de sacudirse 300 años de yugo español.
En tercer lugar, las fiestas patrias sirven a los gobernantes en turno para relanzar sus respectivos proyectos políticos. Por ejemplo, el año pasado en Estados Unidos, el presidente Biden declaró que el 4 de julio de 2021 marcaría la fecha en que la Unión Americana derrotaría al COVID-19 gracias al avance de la vacunación. Vladimir Putin suele utilizar el desfile del 9 de mayor para proyectar poder militar hacia el exterior y reforzar la imagen de líder fuerte en el interior. Andrés Manuel López Obrador ha anunciado que la Guardia Nacional será la protagonista del desfile de este 16 de septiembre, precisamente mientras se discute una iniciativa para incluir formalmente a esta corporación en el organigrama de la Secretaría de la Defensa Nacional.
En suma, las fiestas patrias desempeñan un papel importante en la vida pública de todo país. Su importancia es simbólica, en tanto reforzadoras de la identidad nacional; y práctica, al utilizarse con fines políticos.
No obstante, las fiestas patrias también pueden tener un lado oscuro, pues exaltan el orgullo nacional y, en no pocas ocasiones, el chovinismo, al tiempo que reabren las heridas de los agravios históricos —ya reales, ya imaginados— que ha sufrido un país. Con esto no quiero decir que todo nacionalismo sea nocivo. Tampoco arguyo que los pueblos deben carecer de memoria histórica. Más bien, apunto los problemas que trae consigo el nacionalismo exacerbado y, para ello, recurro al historiador de las ideas y filósofo político de origen británico-letón, Isaiah Berlin.
En su compilación de ensayos Sobre el nacionalismo, Berlin advierte que: “El nacionalismo es sin duda la más poderosa y quizás la más destructiva fuerza de nuestro tiempo”, aunque matiza: “El sentimiento nacionalista no es intrínsecamente maligno o peligroso; sólo se convierte en tal cosa cuando es exacerbado e inflamado, y adquiere una condición patológica”.
Al respecto, Berlin explica que el nacionalismo adquiere esa “condición patológica” cuando se basa en la superioridad de un grupo nacional sobre otro, cuando se fundamenta en la venganza de los agravios históricos que ha sufrido un pueblo, o bien cuando: “está la convicción de que el patrón de vida de una sociedad es similar al de un organismo biológico; los objetivos comunes de la sociedad consisten en aquello que ese organismo necesita para su apropiado desarrollo […] y esos objetivos son supremos”.