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Ayotzinapa como símbolo

El de Ayotzinapa pudo haberse convertido en un caso ejemplar, en el símbolo de un parteaguas en la procuración de justicia. Ha sido todo lo contrario.
mar 23 agosto 2022 11:59 PM
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Los fiscales federales acusaron al exprocurador Jesús Murillo Karam de delitos contra la administración de la justicia y tortura.

Ningún país logra llevar ante la justicia a los responsables de todos los delitos que se cometen en su territorio. Ninguno. Pero eso no quiere decir que en ningún país haya legalidad.

Hay diferencias muy significativas entre unos y otros, niveles, grados muy distintos no solo de ilegalidad (entendida como la probabilidad de que se cometa un delito) sino también de impunidad (entendida como la probabilidad de que la comisión de un delito desemboque en una sanción). Que en todos los países se cometan más o menos delitos, o que haya más o menos delitos que quedan impunes, no quiere decir que en todos impere la impunidad.

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Al margen de esas probabilidades está, además, la capacidad de identificar y aprovechar los casos ejemplares o, mejor dicho, ejemplarizantes. Me refiero a esas ocasiones en la que, sea por la razón que sea, algún delito adquiere una relevancia pública especial que lo convierte en una oportunidad única, quizá inmejorable, para afirmar ciertos valores fundamentales, para articular el repudio colectivo, para comunicar voluntad y eficacia, para transmitir certidumbre, en fin, para inspirar confianza en el sistema de justicia.

Dichos casos cumplen un papel importante, incluso diría que esencial, en cuanto a su función simbólica. Puede ser que se cometan muchos delitos, incluso que muchos delitos no sean sancionados, pero esos casos simbólicos sirven para trazar la frontera de lo inaceptable, para indicar que se ha transgredido un límite que necesita ser restaurado.

O, de lo contrario, el orden normativo que ordena la convivencia quedaría exhibido como inoperante, desfondado, al grado de que la propia sociedad en la que se cometió ese delito se vuelva irreconocible para sí misma.

Creo que lo ocurrido con los 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, desaparecidos la noche del 26 y la madrugada del 27 septiembre de 2014, era, o podía ser, o tendría que haber sido, uno de esos casos. Lo fue en el sentido de que provocó un sentimiento generalizado de consternación e inspiró uno de los ciclos de protesta social más potentes de las que se tenga memoria.

Lo fue, también, en tanto que generó un contexto de exigencia al que el gobierno de Enrique Peña Nieto nunca supo responder y de cuya acumulación de costos tampoco pudo nunca reponerse. No lo fue, sin embargo, en lo más elemental: marcar una diferencia y que no prevaleciera la impunidad.

La investigación fue todo menos ejemplar: omisiones, irregularidades, opacidad, negligencia, obstrucción, tortura, el repertorio íntegro por el que es merecidamente conocida la justicia en México. Después vino la manipulación de las expectativas, las mentiras, el montaje de la “verdad histórica” para tratar de esquivar el bulto y pasar una de las páginas más negras en la de por sí oscura actualidad mexicana.

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Y ahora, tras un informe rescatable en tanto que radiografía pormenorizada de la infamia que ha sido el manejo del caso, la fiscalía ejecuta un típico quinazo contra Jesús Murillo Karam: un gran golpe de efecto político-mediático pero que se ha revelado, al mismo tiempo, como un gesto de mucha improvisación y tremendo desaseo que vuelve a quedar debiendo, como tantas otras veces, en cuando a la ejemplaridad que requería el caso.

Supongo que habrá quienes celebren la imagen del exprocurador tras las rejas o la noticia de los múltiples señalamientos que pesan sobre otras figuras e instituciones. Yo lamento, más bien, la aparente imposibilidad de tener un proceso ejemplar que de una vez por todas esclarezca los hechos y muestre que en este país es posible, sobre todo en un caso de tan alto perfil, que las autoridades hagan una labor digna que permita saber qué pasó y sancionar, conforme a derecho, a los responsables.

Ayotzinapa, que pudo haber sido el símbolo de un parteaguas en la procuración de justicia, acabó siendo la enésima reiteración de su proverbial podredumbre.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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