Por lo pronto, hay al menos 50 impugnaciones ante el Tribunal Electoral. Y la mayoría de las imágenes que circularon en redes sociales y medios fueron, digamos, lo contrario de ejemplares. La percepción, en suma, es de lo más desfavorable. En corto, algunos morenistas admiten que el partido se les está yendo de las manos. En público, sin embargo, casi todos siguen cuadrándosele al presidente. He ahí, sostengo, una clave de interpretación: ¿cómo se conjuga tanto desorden con tanta disciplina?
Morena, resulta un lugar común decirlo, es un partido muy desinstitucionalizado. No por error ni por defecto, sino por naturaleza. Desde sus orígenes, su razón de ser no fue constituirse como un espacio para gestionar diferencias sino como un instrumento para aglutinarlas, alrededor no de un programa político sino de un liderazgo personal.
La procedencia de las figuras y grupos que lo integran podrá ser más o menos diversa; no obstante, su deriva en el poder ha sido claramente antipluralista. Nació como un movimiento social de oposición, disidente y crítico, pero ya como partido en el gobierno nunca ha sabido encajar la crítica ni la disidencia. Su vocación, más que resolver conflictos, ha sido multiplicarlos. Y su prioridad, más que gobernar, ha sido acumular poder –aunque poder entendido menos como capacidad de hacer que de controlar–.
No es que Morena carezca de organización, es que está organizado de un modo que funciona para competir exitosamente contra otros partidos aunque no para procesar las tensiones de su vida interna. Tiene una carpa muy amplia (donde caben casi todos), gran capacidad de reclutamiento, un líder carismático como López Obrador y mucho apoyo popular. Además, tiene a su favor el descrédito de los partidos tradicionales y sigue siendo el que la mayoría de la gente asocia con el “cambio”.
Esas características explican su competitividad hacia afuera y también su conflictividad hacia adentro. No es un partido de reglas ni procedimientos, sino de liderazgos y grupos; en él abundan más apetitos que habilidades, más mañas que civilidad. Es un instituto de reciente creación, que ha formado menos cuadros que los que ha reciclado y los cuales traen consigo formas de hacer política que no corresponden con el discurso de que las cosas ya no son como antes: ¿cómo no van a ser iguales si en tantos casos son los mismos?