También fue la primera vez en la historia contemporánea de México que llegó al poder un grupo instalado en el espacio de la izquierda. Más allá del debate sobre si el lopezobradorismo en el poder puede ser realmente considerado de izquierda en términos sustantivos o de sus políticas públicas, en términos prácticos ese es el lugar que ocupa en el espectro político. La esperanza y los agravios a los que apela, la idea de cambio que representa para quienes han votado por él, está de un modo u otro coloreada por esa persuasión. Eso, para bien o para mal, es lo que representa.
El cambio de tono y de narrativa que supuso su victoria tienen, a su vez, una ambición muy decididamente inaugural. Su discurso pone la vara muy alta. Porque el lopezobradorismo no aspira a solucionar dificultades sino a transformar al país; no se imagina solo como un gobierno distinto sino, además, como una nueva época. Es tan impaciente que ni siquiera puede esperar a terminar sus obras antes de celebrarlas. Cualquier fuerza que lo critique, que se le resista o se le oponga pertenece al “basurero de la historia”. Lo suyo, en suma, es menos rendirle cuentas al presente que autoinscribirse en la posteridad.
Y luego está su capacidad de saturar la opinión pública. No me refiero al contenido de su discurso sino a su ubicuidad propagandística. A que el presidente es, ante todo, un señor que habla. Y habla de todo. Todo el tiempo. Da la impresión de que no dedica su tiempo a otra cosa que no sea hablar. Repite su sermón cada mañana, cada tres o cuatro meses, cada año. Sostiene que informa pero más bien pontifica; dice que da la cara pero nunca deja de cambiar de tema y siempre tiene otros datos. No es tanto o no es tan solo que los medios padezcan de “obradorcentrismo” ( https://bit.ly/3IdQ6Wn ), es que López Obrador ha convertido la comunicación gubernamental en un inagotable monólogo sobre sí mismo.
Por si todo lo anterior fuera poco, el apoyo que registra en las encuestas sigue siendo alto. No en las que se refieren a cómo maneja determinados temas su gobierno (en esas, salvo por los programas sociales, no tiene tan buenos números), pero sí en las que preguntan directamente por la aprobación del presidente.