Las elecciones internas que vivió Morena este sábado y domingo debieron marcar un hito: su trayecto hacia la institucionalización. Está bien, discursivamente, llamarse movimiento, pero es imperativo establecer rutinas, formas de comportamiento, canales de comunicación formales, mecanismos para la resolución de conflictos. Morena no puede ser un movimiento porque le urge ser una organización.
Lo que sigue en juego en este proceso que comenzó este fin de semana –y que tendrá un momento crucial en el “Congreso Nacional de Unidad y Movilización” convocado para el 17 y 18 de septiembre próximos– es el futuro y viabilidad del partido. No se trata sólo de la candidatura presidencial de 2024, sino del control después de que el fundador se jubile.
El partido no sobrevivirá si se mantiene sólo como un instrumento de Andrés Manuel López Obrador para alcanzar el poder. Es necesario que Morena sea valorado por sí mismo: pasar de afanarse por los objetivos seleccionados por su líder a buscar aquellos que le convengan como organización.
Para ese proceso de institucionalización se requiere del desarrollo de intereses en el mantenimiento de la organización, así como el desarrollo y difusión de lealtades organizativas (Angelo Panebianco dixit). Lo que se aprecia en Morena, por lo pronto, son otros signos.
“Cada uno de ustedes sabe lo que en realidad puede. Lo importantes es que inviten a que vayan uno, dos, cinco… hasta 10 amigos, familiares, vecinos. Lo que se les pide no es apoyar a un partido, sino a la líder. Para que desde allá pueda mantener los programas. Si nos comprometemos con ella ahora, cuando gane algún cargo le podremos exigir que nos siga apoyando”, decía alguien mostrando a la concurrencia de unas 25 personas, encerradas en una casa, un formato de afiliación autorizado.