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#ColumnaInvitada | AMLO, Morena y la politización de la sociedad

López Obrador ha movilizado a la sociedad entera tanto desde la perspectiva de sus seguidores como la de sus detractores para reorganizar el sistema político nacional.
mar 02 agosto 2022 06:00 AM
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Morena, en muy poco tiempo, logró acumular tal fuerza política y social que hizo de Andrés Manuel López Obrador no ya nada más presidente de la República, sino el candidato más votado de la historia de México, apunta Ismael Carvallo Robledo.

Antonio Lomelí Garduño afirma, en su olvidado pero fundamental libro Teoría y técnica de la política (Cámara de Diputados, 2019), que ‘estudiar los partidos políticos equivale a fijar la organización del poder desde que los ciudadanos se agrupan y polarizan un ideal, hasta que, fundado el organismo correspondiente, se convierte en instrumento de gobierno’.

La de Morena es una historia a la que perfectamente se puede aplicar el criterio de Lomelí Garduño, pues en su trayectoria pueden observarse de manera muy clara las fases que constituyen la realidad efectiva de la política en su sentido moderno, que desde Maquiavelo quedó fijada y despejada alrededor de la lucha social en torno al poder y que, en muy poco tiempo, logró acumular tal fuerza política y social que hizo de Andrés Manuel López Obrador no ya nada más presidente de la República, sino el candidato más votado de la historia de México.

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Su ejemplo se destaca de manera clara desde una perspectiva histórica y comparada. El Partido Nacional Revolucionario, antecedente lejano del PRI previo paso por el PRM, surge desde el poder y en el seno de la revolución en su fase callista, cuando en 1929 Plutarco Elías Calles logró el acuerdo de los generales tras el asesinato de Álvaro Obregón para estabilizar el proceso de selección de candidatos a la presidencia.

El Partido Acción Nacional, por su parte, surge en 1939 como repliegue del catolicismo político y de las clases medias, enderezado como el partido anti-cardenista por antonomasia –no es mera coincidencia que haya surgido un año después de la expropiación petrolera– al que le tomó 60 años para lograr la Presidencia de la República. A Morena le llevó siete años apenas.

El fin de semana pasado, alrededor de 2 millones de personas participaron en todo el país para elegir a los congresistas nacionales correspondientes a los 300 distritos federales en una dinámica verdaderamente sorprendente e inédita por tratarse de un proceso que abrió las puertas del partido para que el pueblo se involucre tanto en su vida interna como en la vida nacional.

Da continuidad a una dinámica igualmente inédita en la que un liderazgo fundamental, el de López Obrador, ha movilizado a la sociedad entera tanto desde la perspectiva de sus seguidores como la de sus detractores (es muy seguro que buena parte de esos dos millones de personas fueron a votar y a afiliarse al partido porque creen en el presidente, y ellos son a los que él habla en las mañaneras, entre medio de cuyas intervenciones aprovecha también para enviar mensajes a diversidad de destinatarios) para reorganizar el sistema político nacional y renovar, en la medida de lo posible, a la clase política y a la clase dirigente del país.

Para ello aplica lo que decía Lenin al definir a la política como una dinámica algebraica, en el sentido de que no se pueden renovar por completo todas las variables de una ecuación histórica, sino que de lo que se trata en realidad es de hacer que algunas variables giren alrededor de otras, configurando así una nueva ecuación, si es eso lo que se busca (y la 4T sí lo busca), pero nunca partiendo de cero ni haciendo tabula rasa, cosa que en política es imposible.

La existencia simultánea de un liderazgo fuerte y carismático, una alta movilización popular y una alta politización ciudadana nos remite al período cardenista, precisamente, en el que grandes sectores de la sociedad quedaron incorporados al proceso de reorganización nacional encabezado por el general Lázaro Cárdenas en un sentido de afirmación nacionalista y patriótica.

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Pone en práctica una dinámica que Marcelo Gullo denomina de “insubordinación fundante”, que es aquél conjunto de acciones y decisiones que la clase dirigente de un pueblo o nación toma para romper con un orden establecido y afirmarse en el mundo como estado nacional fuerte, soberano y respetado.

Así es como las naciones dejan su huella en la historia, y ese es el objetivo que a mi parecer persigue el presidente López Obrador.

Nota del editor: Ismael Carvallo Robledo es Director General del Espacio Cultural San Lázaro de la Cámara de Diputados. Siguelo en Twitter . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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