¡Cuán equivocado está!
Para el presidente, aquellos que han dedicado su corta vida a la industria del narcotráfico, no son el enemigo común. Incluso se atreve a desafiar a quienes creemos lo contrario: “Nosotros no somos así ¿Qué quieren? ¿Que se vuelva a ametrallar desde los helicópteros?”, arremete contra las voces de algunos sacerdotes católicos, que se levantaron para exigir justicia por sus hermanos jesuitas.
Ovejas, al matadero
Para algunas personas que piensan como AMLO, un líder religioso pudiera ser tan solo un “vocero”, un “predicador” o el que “atiende” su iglesia. Pero en regiones tan olvidadas y pobres, como las que existen en todo el ancho y largo del país, sacerdotes y pastores evangélicos tienen una tarea titánica. Son líderes comunitarios sumamente respetados. Su servicio va mucho más allá de leer la Biblia. Se tomaron muy en serio ese mandato de “amarás a tu prójimo” y no les interesa arriesgar su propia vida y la de su familia, a fin de llevar educación, alimentos, ropa, cobijas e incluso construir casas y lugares de refugio para catástrofes. Lo que ningún gobierno hace ellos buscan remediarlo, sin quejarse, encuentran la manera de hacerlo realidad.
Comprendo que habrán algunos altos mandos en el clero católico u otras religiones, que aprovecharán su influencia para meterse de lleno a la política y las elecciones, lo cual es detestable.
Sin embargo, el país y el mundo entero vuelven asombrarse de la violencia en México, por un par de hombres, de edad muy avanzada, en una zona lejana, que solo querían ayudar a otro ser humano y refugiarlo en una iglesia. Ellos, junto al parroquiano, fueron masacrados por las balas de la ignominia, el odio y la maldita droga.
México, es considerado hoy en día, el país más peligroso para ejercer el liderazgo cristiano en toda América Latina. Prácticamente, todos los líderes en los lugares más inhóspitos de nuestro país están amenazados de muerte, y no, no es por los conservadores. Es por los miserables cobardes, que han construido su fortaleza en naipes; que creen que por estar armados y tener un ejército pagado de sí mismos, pueden ser los dueños de nuestros pueblos y ciudades. Que pueden comprar toda y cada una de las voluntades.
Ellos, que son liberados en Culiacán; que son abrazados y saludados por la guardia nacional en Michoacán. Los que deben ser “cuidados por ser humanos”, como sostiene el presidente, que solo vela por sus números en las encuestas y las siguientes elecciones.
Apergollados, sí. No solamente los líderes y misioneros de las iglesias. Todos los mexicanos, estamos contra la pared por las huestes de los malvados cárteles, que se reparten nuestro territorio para envenenarlo, porque así se lo han permitido.
Ellos, movidos por la destrucción, la barbarie e intimidación.
Al presidente, que se considera “creyente en Cristo”, será importante preguntar: ¿De qué lado está?
Pues él mismo, aparece en la lista de los mexicanos que estamos siendo ahorcados por el crimen organizado.
El ejemplo de los sacerdotes Javier “Gallo” Campos y Joaquín “Morita” Mora, arde, pero inspira. A ellos, y a todos quienes trabajan en lugares a los que nadie quiere llegar; que viven como “ovejas en el matadero” solo por predicar con su ejemplo, la bondad y ayuda desinteresada. Todo el reconocimiento y honra.
Son un ejemplo de que en la vida hay mucho más allá de votos, reconocimiento y vana politiquería.
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