El antecedente más lejano del PRI es el Partido Nacional Revolucionario (PNR), creado hace casi un siglo, en 1929. Después cambió a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en 1938 y a PRI en 1946. No se trató de un mero cambio de nombre, sino de versiones muy distintas de partido. Primero fue el instrumento para controlar caudillos, luego masas y después elecciones. Ahora, la debacle.
En 2018 el partido que presumía 10 millones de afiliados logró apenas poco más de 7 millones 677,000 votos. Fue un año de incertidumbre en el que fue liderado por tres presidentes nacionales fugaces. Enrique Ochoa Reza tomó posesión el 13 de julio de 2016, renunció en plena campaña electoral, el 2 de mayo de 2018. Lo sustituyó el exgobernador de Guerrero René Juárez Cisneros, quien renunció apenas cumplidos 70 días. Fue entonces que la sobrina del expresidente Carlos Salinas de Gortari, Claudia Ruiz Massieu, tomó las riendas. Retrocesión.
Se convocó en 2019 a la militancia para renovar la dirigencia nacional. Alejandro Moreno Cárdenas e Ivonne Ortega Pacheco se enfrascaron en una ríspida contienda. Entre acusaciones de querer convertir al PRI en un partido satélite del gobierno encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, de corrupción y de poseer millonarias mansiones, se desarrolló la elección el 11 de agosto de ese año.
Votaron 1 millón 898,038 priistas, apenas el 28% de sus afiliados. La fórmula de Moreno Cárdenas y Carolina Viggiano Austria arrasó con el 88% de los sufragios. Quien es conocido por el apodo de “Alito” asumió como presidente del partido, en tanto que Ortega Pacheco se convirtió en coordinadora nacional para el Empoderamiento de los Ciudadanos (sic) del partido Movimiento Ciudadano (tras renunciar a 29 años de militancia priista) y Viggiano Austria perdió de tal manera en la elección por la gubernatura de Hidalgo este domingo, que Moreno Cárdenas viajó a Durango para tener algo qué festejar.
En el primer discurso de “Alito” como dirigente del PRI ofreció: “quiero que mi presidencia al frente del partido marque el inicio de una nueva etapa para el priismo”. Es verdad que ha encabezado una nueva etapa, hasta ahora una de franco declive. Son 10 las gubernaturas que ha perdido en tres años y los dos bastiones que le quedan a su organización, Coahuila y Estado de México, estarán en juego en 2023, en la víspera de la elección presidencial en la que se dirimirá la continuidad (o no) del proyecto lopezobradorista.
Pese a todo, es necesario ser cuidadosos antes de cantar la muerte del PRI y de proclamar que ha sido fagocitado por Morena. Se equivocan quienes comparan al partido de Manuel Ávila Camacho con el de López Obrador. Las de ahora son todavía condiciones de plena competencia, pluralidad y fragmentación política.
Morena se nutre hoy de liderazgos añejos y de algunas estructuras bien aceitadas que en su momento respondían al PRI o a otros partidos. Pero el frágil hilo que sostiene estas aglomeraciones lo constituye una marca ganadora como la de Morena y un proyecto que hasta ahora otorga rendimientos electorales positivos. Es un error creer que las alianzas de hoy son para siempre. Son estructuras de ensamble que podrían cambiar, sin problema ni rubor, de marca partidaria nuevamente si así corresponde con sus intereses.