El capítulo se repite en cada espacio territorial como un “leitmotiv in crescendo”, donde el cáncer jamás se detiene, simplemente evoluciona y se extiende.
Morena se ha convertido en el nuevo partido hegemónico. Con la Presidencia de la República en su poder, 22 gobiernos estatales, 22 congresos locales, la primera mayoría en la Cámara de Diputados y en la Cámara de Senadores, su presencia política -especialmente a nivel local- resulta avasalladora.
El resultado del pasado 5 de junio volvió a dar muestra de que la ola guinda avanza contundentemente, sin que la alianza opositora haya sido capaz de enfrentarla con éxito, como sí lo hizo en la elección de diputados federales del 2021.
El nuevo mapa de dominio partidista, aunado al “estilo personal de gobernar” del actual mandatario, han llevado a que muchos analistas afirmen que Morena es la evolución o la nueva versión del PRI. Están equivocados.
Desde el 2018, el electorado volteó a ver en Morena lo nuevo, el cambio, la esperanza. Muchos políticos -especialmente priistas- se pasaron a las filas de la “izquierda”, pues encontraron en el partido formado por AMLO una plataforma para tener apoyo popular y ganar votos.
Progresivamente se generó un importante efecto “cargada” en los ámbitos locales, que ha aglutinado a élites regionales, movilizado recursos y apoyos que antes eran del tricolor. Esto explica varios triunfos electorales como los de Hidalgo y Tamaulipas, así como la competitividad mostrada en Durango.
Morena arrasa. Más que ser un partido político, es un “estado de ánimo”, en el que la gente se ha revelado contra el “status quo” que prevaleció durante décadas. Sin embargo, carece de estructura territorial. Ha decidido mantenerse como “un movimiento” y no ha querido convertirse en verdadero partido como lo fue el PRI.