Pero más allá de las naturales controversias de cualquier reunión de Jefes de Estado, lo que queda claro de la cumbre, más aún de la que está por venir, es que cada vez más estos ejercicios están resultando poco útiles, por decir lo menos.
Razones hay muchas, una de las principales es que siguen siendo al amparo de la Organización de Estados Americanos (OEA), una institución que nunca tuvo gran impacto, pero que se ha debilitado como nunca antes gracias a la irresponsabilidad y protagonismo de su presidente Almagro.
Las fracturas en América Latina se vuelven más notorias al interior de la OEA, donde hay un bloque radical que apoya a Almagro a toda costa, y otro bloque radical que ya incluso hizo su propio foro, el de Sao Paolo.
Pero quizá la principal razón por la que la cumbre de la próxima semana parece que será verdaderamente inútil es la deficiente organización que está teniendo Estados Unidos.
El gobierno de Biden parece no tener la mínima habilidad para entender el contexto político y social de la región. Esa incapacidad de entender a su propio país se traduce en la incapacidad de entender al continente entero.
La agenda planteada es verdaderamente ambigua y genérica. No reconoce los retos y problemas de la región. Y los grandes desafíos en materia política que estamos atravesando.
América Latina está inmersa en una ola casi ‘tsunámica’ de gobiernos de izquierda casi radical. Y gobiernos caracterizados por el populismo, de derecha y de izquierda, y por la clara incapacidad que tienen de abordar las demandas y necesidades ciudadanas.
Hacía décadas que no se veía una región tan convulsa como ahora. Desde “líderes” tan incapaces como Castillo en Perú, Fernández en Argentina, Bolsonaro en Brasil, y López Obrador en México. Hasta los riesgos actuales de extremismos ganando elecciones, como en Colombia con Petro.
Los problemas sociales de los últimos años en la región no se están viendo ni comprendiendo. Problemas tan profundos como los que vive Chile, que llevaron a que ganara la izquierda con Boric en las últimas elecciones; además de una asamblea constituyente llena de radicales.
Todo esto no está reflejado de manera alguna en la agenda de Biden, quien parece no ver más allá de su oficina oval. Y al parecer, tiene un equipo que en poco contribuye a abrirle los ojos.
Gracias a esta convulsión, y a lo inerte del gobierno de Estados Unidos, López Obrador comenzó una cruzada por boicotear la cumbre de su vecino más importante en todos los sentidos. Envalentonado, salió a decir públicamente que no iría a la cumbre si no están invitados todos los países.
Para el presidente mexicano no parece ser importante si los gobiernos son democráticos o no, legítimos o no. En su intento por emular al benemérito de las Américas, pide que vayan todos, incluidos Noriega y Maduro, los dos más cuestionados de la región actualmente.
No le importó enfrentar abiertamente a Estados Unidos, ya que le tiene muy tomada la medida a Biden y su gobierno. Hasta la fecha, no han tomado una sola acción contra México a pesar de las constantes violaciones al T-MEC y la radicalización en la que su vecino más importante está cayendo.
A pesar de lo deficiente de la organización de Estados Unidos, a López Obrador no le ha salido del todo su juego. Bolsonaro, que había acompañado la presión del mexicano, ya reculó y dijo que irá, incluso se reunirá en privado con Biden. Y Estados Unidos ya dijo que de ninguna manera invitará a su casa a Maduro y Noriega. Aunque sí invitó a una delegación de Cuba.
Un componente adicional de la cumbre suele ser la importante presencia empresarial de toda la región. Se dan cita varios empresarios de renombre para actividades paralelas a las de los gobiernos.
En esta ocasión, ese componente no parece ser tan sólido. Aunque no se tienen claros aún los asistentes, todo parece indicar que no están confirmados muchos de los principales capitanes de empresas globales mexicanas. Una señal poco halagüeña.
Algo positivo sobre la presencia empresarial, es que el gobierno de Biden pidió a la US Chamber of Commerce organizar la sección para sector privado. Una buena noticia después de no tener diálogo con el empresariado estadounidense desde que tomó posesión.