Si al presidente realmente apasionaran estos temas, desarrollaría una gran actividad de persuasión hacia quienes tienen la capacidad de tomar decisiones a su favor y no limitaría su actividad a prédicas desde el pódium de Palacio Nacional. Veamos algunos contrastes.
1. Índice alternativo
El presidente López Obrador ha abogado por sustituir indicadores de crecimiento económico, como el PIB, por otros que reflejen el bienestar de los países. Esto es, que no se mida el crecimiento sino el progreso y la “felicidad del pueblo”.
El presidente dijo que se había formado un grupo de trabajo para proponer este índice pero no ha anunciado avances. Si al presidente le importara realmente el tema, habría aprovechado sus dos visitas a Washington, en julio de 2020 y noviembre de 2021, para reunirse con los líderes de organismos internacionales, como el Banco Mundial (BM), Fondo Monetario Internacional (FMI) o Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para cuestionar sus métricas y promover su idea de modificarlos.
Tampoco el presidente ha hecho mucho por convencer a líderes mundiales sobre su propuesta de fraternidad y bienestar que expresó en Naciones Unidas. Solo leyó su discurso y dejó el trabajo de cabildeo al canciller Marcelo Ebrard y al embajador ante la ONU, Juan Ramón de la Fuente. Nadie sabe qué ha pasado.
2. Regularización migratoria
Han sido constantes las críticas del presidente al Congreso de Estados Unidos por su lentitud en pasar legislación a favor de mexicanos en EU que desean regularizar su condición migratoria y se ufana de que en su reunión con Biden, en Washington, destacó las grandes contribuciones que han hecho los migrantes mexicanos al desarrollo de ese país.
Si realmente estuviera interesado por la situación de los mexicanos en EU, el presidente habría abordado el tema con quienes tienen que aprobar la legislación, los líderes demócratas y republicanos del Senado y la Cámara de Representantes, Chuck Schumer, Mitch McConnell, Nancy Pelosi o Kevin McCarthy, que es lo que hacen los Jefes de Estado que quieren incidir en el Congreso. Eso es lo que hizo el primer ministro Justin Trudeau en noviembre, cuando el Congreso de EU discutía incentivos fiscales para los autos eléctricos fabricados en EU que violan el T-MEC y afectaban los vehículos producidos en Canadá. El presidente López Obrador ni siquiera los buscó.
3. Ataques a la comunidad mexicana en EU
El presidente ha amagado con exhibir a los legisladores estadounidenses que voten en contra de la regularización migratoria y ha advertido que millones de mexicanos que viven en EU no votarán por candidatos que traten de “sacar raja de las fobias, racistas, discriminatorias”.
Ningún político o legislador ha perdido el sueño por estas amenazas. Les preocuparía, en cambio, que el presidente visitara las ciudades con mayor concentración de mexicanos para realizar actos masivos y se reuniera con líderes de la comunidad, medios de comunicación, líderes religiosos, gobernadores y autoridades.
Esas sí serían acciones que podrían cambiar la condición de los mexicanos y presionar al Congreso y a otros políticos en favor de temas mexicanos. Pero, en sus viajes a EU, el presidente ni siquiera se ha reunido con los héroes mexicanos que mandan sus remesas bajo el argumento falso de que la protección del servicio secreto se lo impide. Sería la primera vez que algo así ocurriera y, para las pulgas del presidente, es difícil comprender que aceptara esas condiciones.
Que el presidente no haga el esfuerzo de promover sus propias iniciativas internacionales no se debe a desconocimiento; eso se corrige con buenos asesores y un buen programa de política exterior. La explicación, más bien, es su desinterés. El trabajo del estadista no se realiza desde un atril, por el contrario, requiere buena planeación, buenos argumentos y un cortejo constante de líderes que el presidente no desea hacer.