Es triste, pero la condición en la que se encuentra nuestro país es deleznable en cuanto a seguridad. México entero se ha convertido en un cementerio y esto es imposible de negar; imposible de defender hasta por los más recalcitrantes seguidores del presidente López Obrador.
En tres años y medio se contabilizan más de 120,500 personas que han perdido la vida por asesinatos.
De los 100,000 desparecidos, no se encuentra ninguna pista y el gobierno federal atiza, como excusa, a los gobiernos estatales. Se va oscureciendo la llamada 4T, cae la sombra sobre el gobierno que prometió; que aseguró la pacificación del país y ve cómo se ha convertido en un incendio que tiene paralizada a la sociedad, con temor absoluto.
El triste cuento de “abrazos y no balazos” que nos contó el presidente se ha reducido a “abrazos y balazos”. Abrazos a los grupos delictivos, a quienes el ejecutivo ha pedido garantizar su seguridad. Textualmente sentenció : “…cuidamos a los integrantes de las bandas, son seres humanos. Esta es una política distinta, completamente distinta…”
La forma de pensar de AMLO podría caer en la contrariedad absoluta para el puesto de ostenta. Sin embargo, es impresionante que quienes lo defienden consideran doradas las frases llenas de extrañeza, sorpresivas y hasta insólitas.
Mantener firme una estrategia claramente fallida hace que el presidente caiga en exabruptos; su enojo es cada día más evidente en sus ruedas de prensa, vuelve a los insultos, a las palabras de las que se había arrepentido en un pasado. Regresa el “¡Al carajo!” a su discurso, recordándonos aquellas reacciones de un López Obrador afanado y estresado.
Los mexicanos no están ciegos y las encuestas lo señalan. La opinión pública ha reprobado en todas ellas el tema de seguridad, cayendo entre el 63% y 67% de los ciudadanos que consideran que el gobierno ha fracasado en el tema.
El país entero ha aprendido a convivir con la violencia, pero cuando las balas están cada día más cercanas al ciudadano es cuando contempla la verdadera realidad: nunca nos podremos acostumbrar a vivir con miedo.
El presidente sigue justificando la falta de valores morales como principal ingrediente en las mentes de los homicidas. Razón no le falta. Pero los fallidos programas sociales que prometió funcionarían para detener a los sicarios, han demostrado que la estrategia venía muerta desde un principio.
Esto señala que desde adentro, en su equipo más compacto, fue engañado y ahora él tendrá que dar la cara, no solo cada mañana en sus ruedas de prensa, sino ante la historia. Quedará el precedente de un gobierno que nunca supo lidiar con el monstruo de los cárteles; que no pacificó, sino militarizó más al país; que en lugar de tomar las riendas del país, lo entregó.