Bajo esta visión, sería válido actuar como lo hace: gobernando de forma personalista por encima de la ley y en ocasiones al margen de la Constitución, desacreditando a sus críticos y opositores, desarticulando a sus contrapesos y debilitando a los demás poderes de la Unión.
En tercer lugar, la concepción del gobierno de López Obrador como el fruto de una rebelión plebeya nos ayuda a comprender las prioridades de su administración, los usos de su ejercicio del poder, los términos de su discurso, la estética de su gobierno e incluso la sumisión a su persona en el interior de su partido.
En cuanto a las prioridades de su administración, el combate a los privilegios, la extensión de los programas sociales, el desarrollo del sureste e incluso el antiintelectualismo y la animadversión al desarrollo académico y cultural, están todas alineadas a lo que se esperaría de una rebelión plebeya. Sus resultados pueden ser cuestionables en todos estos rubros. En algunos casos, incluso se puede hablar de fracasos estrepitosos. Sin embargo, todos estos puntos podrían estar en la agenda de una revolución popular.
Respecto a los usos de su ejercicio del poder, precisamente la verticalidad, la cerrazón al diálogo, la esquizofrenia –el constante sentido de conspiración y persecución– y la incapacidad de rectificar son características fundamentales de muchas encarnaciones radicales de las rebeliones plebeyas, como los movimientos sociales y las revoluciones.
Asimismo, el discurso obradorista y su estética pública están en línea con lo que se esperaría de un gobierno que se concibe como la encarnación de una rebelión plebeya: los ataques retóricos a los opositores, la victimización, el revanchismo, la apelación a los próceres históricos –sobre todo a aquellos que encarnan lo popular– y el derrumbamiento de manifestaciones culturales que exaltan a las élites y su sustitución por otras que representan a la plebe. Ejemplos de esto último son el renombramiento de calles del Centro Histórico (como Puente de Alvarado que ahora se llama México-Tenochtitlan) o el retiro de estatuas, como la de Cristóbal Colón de Paseo de la Reforma.