Durante los últimos días tres instituciones –el CIDE, el INE y el Ejército– han concentrado buena parte de la atención mediática. La primera, por el repudio que la incompetencia de su director interino ha suscitado entre la comunidad y quienes se han solidarizado con ella ( https://bit.ly/3HIiu21 ). La segunda, porque la coalición del presidente en la Cámara de Diputados decidió no asignarle presupuesto para organizar la consulta sobre revocación del mandato presidencial ( https://bit.ly/32e0xIn ). Y la tercera, por un reportaje que documenta múltiples irregularidades en los contratos para la construcción del aeropuerto Felipe Ángeles ( https://bit.ly/3oOWHxe ) y por un discurso del secretario en el que llamó a “estar unidos en el proyecto de nación que está en marcha” ( https://bit.ly/3xblzmk ).
Pensamiento, autonomía y disciplina
Al vuelo y por encimita, como suelen consumirse las noticias, quizá parezca que no tienen nada que ver unas con otras, que acaban juntándose por una mera carambola de la coyuntura. Con un poco más de atención y detenimiento, sin embargo, vistas como conjunto ofrecen una imagen de la actualidad, dibujan una rápido pero muy sustantivo retrato del presente mexicano.
La del CIDE es la historia de una administración que desprecia el conocimiento por considerarlo elitista, tecnocrático y neoliberal; de un grupo en el poder que está asaltando el espacio académico (haciendo nombramientos a modo, tomando decisiones arbitrarias, dividiendo y sembrando discordia, promoviendo recortes y subejercicios presupuestales, cancelando proyectos e instrumentos para gestionar recursos, etcétera.) con el fin de llevar a cabo una purga disfrazada de nueva política de ciencia y tecnología. Contra la libertad de cátedra, la rigidez burocrática; contra el rigor analítico, la descalificación ideológica; contra el pensamiento crítico, el oficialismo militante. No es solo un atentado contra un centro público de excelencia, es el canario en la mina de un ataque contra cualquier instancia que genere investigación, argumentos y evidencia que puedan contradecir la propaganda gubernamental.
La del INE es la historia de la gran patraña fundacional de la posverdad lopezobradorista, el fraude en 2006, y de un agravio imaginario aunque muy funcional políticamente en contra de las autoridades electorales. Es la historia de un movimiento no solo incapaz de reconocer sus derrotas, sino que se ha encargado de desacreditar sin descanso al instituto incluso cuando gana, es decir, cuando los resultados desmienten sus acusaciones. El INE representa una esfera de profesionalismo técnico que contrasta con la improvisación y el desaseo característicos del lopezobradorismo; también una instancia de probada imparcialidad que no se ha dejado amedrentar por las presiones ni amenazas del presidente y sus peores huestes. Pero ahora, poniendo al INE entre la espada y la pared, obligándolo a organizar una consulta al mismo tiempo que le niega los fondos para sufragarla, lo que hace López Obrador no es solo escalar su vieja hostilidad contra el árbitro, es enviar una señal de hasta dónde está dispuesto a llegar para tratar de reventar a un órgano constitucional autónomo que no se pliega a su voluntad.
Por último, la del Ejército es la historia de la institución que el propio presidente reconoce como su predilecta, la que ha terminado encarnando los valores que más ha enaltecido durante su mandato: la lealtad, la verticalidad, la disciplina. El presidente que asegura haber desterrado la corrupción ha blindado la obra pública contra la transparencia, poniéndola cada vez más bajo la responsabilidad de las fuerzas armadas y decretándola básicamente como imposible de fiscalizar por motivos de seguridad nacional. No es un error ni un descuido, es una estrategia, un modus operandi deliberado para tratar de volver irreversibles sus decisiones en ese sentido, para excluirlas del campo de la disputa y el escrutinio democráticos, aún a costa del peligro que implica politizar de ese modo a los militares. Lo fundamental es que son una garantía no de honestidad pero sí de obediencia.
A la mal llamada “cuarta transformación”, en suma, no le gustan el pensamiento crítico ni la autonomía de las instituciones. Lo suyo, lo suyo, es la disciplina militar.
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