En otros tiempos, los Órganos Constitucionales Autónomos eran un signo del avance democrático, ahora enfrentan una andanada poderosa que busca, incluso, su desaparición.
El gran juego de los OCA se volvió avinagrado con la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia. Si en otros tiempos los Órganos Constitucionales Autónomos eran un signo del avance democrático y velar por su fortalecimiento representaba puntos a favor para los principales partidos políticos, hoy enfrentan una andanada poderosa que busca, incluso, su desaparición.
En el juego de la oca se puede avanzar, pero también retroceder; se pueden obtener premios, pero también castigos. En el juego de los OCA el riesgo es destruir un entramado de instituciones que se han llegado a valorar como uno de los productos positivos del largo proceso mexicano de democratización.
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El juego ya va muy avanzado. De hecho, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) desapareció en mayo de 2019, tras 17 años de existencia. Para López Obrador estos órganos surgieron “como hongos después de la lluvia”, representan un agrandamiento del gobierno, “con muy buenos sueldos para los altos funcionarios públicos y mucho derroche”.
Además de que cuestan miles de millones de pesos, sus resultados no son los esperados, entre ellos la reducción de la corrupción, asegura el mandatario. Sus argumentos no se pueden desechar, en todo caso habrá que ver hasta qué punto tiene razón.
El áspero enfrentamiento entre López Obrador y los OCA se explica por la llegada de un presidente con amplio respaldo social que busca recuperar para sí espacios de poder, de toma de decisión, que se fueron fragmentando en favor de órganos especializados. Sin embargo, la especialización no es sinónimo de neutralidad.
Es difícil dejar de señalar que el Instituto Nacional Electoral (INE) ha tenido un papel fundamental en la transición mexicana. En un país de desconfiados, el INE contribuyó para elecciones con un aceptable nivel de certeza. Pero los consejeros ciudadanos, para serlo, se transfiguran también en negociadores políticos.
Lorenzo Córdova Vianello, actual presidente del INE, se convirtió en integrante del entonces Instituto Federal Electoral (IFE) como producto de una negociación –en la primera quincena de diciembre de 2011– en la que PAN, PRI y PRD se repartieron la postulación de los tres cargos de consejeros que estaban vacantes: Córdova fue la carta del PRD.
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Decir que Córdova responde a los designios del PRD o que no tiene cierta animadversión hacia López Obrador sería, en ambos casos, mentir. Como en el juego de la oca, la vida es más compleja que sólo tirar los dados y avanzar.
Cómo olvidar aquel grupo de los llamados mapaches, entre los que se contaron Rolando Cordera, Adolfo Sánchez Rebolledo, José Woldenberg y Arnaldo Córdova, el padre de Lorenzo. Un grupo de intelectuales que formaron el Movimiento de Acción Popular (MAP), que se integró en su momento al Partido Socialista Unificado de México (PSUM) y que vieron con recelo y desconfianza la fusión, en 1989, con el recién fundado PRD.
Lorenzo aceptó ser consejero electoral con el respaldo de PAN, PRI y PRD en la víspera de las elecciones de 2012; Arnaldo apoyó a López Obrador y criticó al IFE por la manera en que se dieron los resultados en favor de Enrique Peña Nieto. El distanciamiento entre padre e hijo fue inevitable. Lorenzo, más parecido a su maestro Woldenberg que a su papá, fue el reproche.
Se sostiene en un documento del Instituto Belisario Domínguez (septiembre de 2020) que los OCA llevan a cabo funciones altamente especializadas y que “su creación y autonomía tienen una lógica de control y contrapeso para evitar los excesos de los otros poderes del Estado”.
Pero en el caso particular del INE se advierte que entre los desafíos que enfrenta como OCA se encuentran la modificación en la integración de su órgano de dirección, así como en el proceso de designación del consejero presidente.
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Probablemente el Ejecutivo federal se equivoca cuando demerita el trabajo organizacional del INE, pero también yerran quienes defienden a ultranza a los OCA como si se tratara de productos democráticos acabados y como si sus integrantes no tuvieran convicciones y también legítimos intereses políticos.
La política no tiene que ver con la no existencia de conflictos, sino con la búsqueda de mecanismos que eviten que las diferencias generen inestabilidad. La propuesta centralizadora de López Obrador gana terreno por la emisión de fallos supuestamente técnicos originados en los OCA que generan inquietud democrática.
¿Por qué en el INE unos se resisten (y otros no) a la realización del ejercicio de revocación de mandato? Porque se privilegian las certidumbres políticas antes que los aspectos técnicos. Hay un hecho incontrovertible: los consejeros electorales nombrados en tiempos de la llamada Cuarta Transformación son quienes se alinean en favor de los intereses del presidente.
Antaño sólo eran tres, quienes defendieron las finalmente canceladas candidaturas de Morena de Félix Salgado Macedonio y de Raúl Morón. Hogaño se suma la consejera Carla Humphrey, quien busca el respaldo político necesario para sustituir a Lorenzo. Es el juego de los OCA como en el de la oca.
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Nota del editor: el autor es politólogo. Doctor en Procesos Políticos. Profesor e investigador en la UCEMICH. Especialista en partidos políticos, elecciones y política gubernamental.
Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.