Tengo edad suficiente como para recordar los tiempos del PRI y sus rituales de poder. La vida pública mexicana giraba alrededor de la figura presidencial. La voz del presidente importaba más que ninguna otra, sobre todo para el partido en el poder, que orbitaba alrededor de la figura del líder, ansiando el favor del hombre en la cima.
En la prensa oficialista se trataba al presidente con pomposa solemnidad. Todo era “señor presidente”. Camiones enteros de acarreados colmaban sus actos públicos, para hacerlo sentir arropado de la adoración del “pueblo”. Había loas, porras, aplausos, confeti.