Celebro que el gasto social aumente en México pues, en la medida en la que se haga, las oportunidades de todos los mexicanos para tener una vida digna aumentarán. De hecho, al paso actual, y debido a que el principal aumento se explica por las pensiones para adultos mayores, muy probablemente el gobierno de López Obrador pueda colgarse la medalla de haber erradicado, o llevado a casi cero, la pobreza extrema entre los adultos mayores.
El problema es que el aumento en el gasto social esconde dos secretos que lo hacen “menos social” de lo que aparenta.
El primero es que deja a muchas personas en pobreza completamente desprotegidas, incluso más de lo que estaban en el sexenio anterior. Como ha mostrado el Instituto de Estudios sobre Desigualdad (Indesig), esto se debe a que los programas sociales no están enfocados en las personas más pobres, sino en adultos mayores, trabajadores agrícolas o jóvenes con educación media superior o superior.
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Estos grupos sociales, si bien son vulnerables, no son los grupos más vulnerables del país. En México, la pobreza existe con más fuerza en los niños, las personas que no tienen educación media e incrementalmente en los cinturones de pobreza urbana que no son atendidos por la cartera de programas sociales actuales.