Pero el Presidente no es una persona particularmente interesada en la preparación académica, ni en los datos, ni en la validación científica. Su historia personal lo demuestra. Un hombre que tardó 14 años en terminar su carrera profesional, más preocupado por movilizar que por prepararse.
Ciertamente, en el mundo profesional y en el ámbito político, los grados no necesariamente significan mayor preparación. La capacidad, la voluntad, la vocación, la integridad, el profesionalismo, la sensibilidad y la sensatez de los funcionarios públicos pesan mucho más.
Pero la educación y la preparación no pueden desdeñarse como lo hace el Presidente, solo porque a él no gusta prepararse.
Al contrario, quien dirige los destinos de la nación debe ser su principal promotor, porque la educación es el mayor instrumento de movilidad social, de mejoramiento de la calidad de vida y del bienestar. Todos ellos detenidos desde hace tiempo, sí, con los neoliberales; pero en franco retroceso a partir de la llegada de la 4T.
Las embestidas del Presidente a la educación en México han sido claras y constantes. Desde su famosa reforma constitucional y legal, hasta sus constantes ataques personalizados.
Sin embargo, fue altamente sorpresivo que el Presidente embistiera con tal vehemencia a la UNAM, una institución en la que por tanto tiempo ha habido un sinfín de seguidores convencidos de sus postulados y de su discurso social desde la primera vez que buscó la presidencia.
Una institución de la que muchos de sus históricos compañeros de lucha, y de sus actuales colaboradores, han egresado orgullosos por ese origen.