Pero hay que entender cómo hacerlo. Varios buscan presionar al PRI argumentando que deben defender su legado de reformas estructurales del sexenio pasado. Lo que no parecen recordar es que con Peña, el PRI tenía posturas muy distintas al interior: no era un monolito.
La reforma energética fue uno de los factores de mayor desgaste en el partido. Desde el momento en que se reformaron los documentos básicos en la XXI asamblea, el proceso no fue nada terso ni sencillo. Muchos no estaban de acuerdo con la reforma, y menos con la imposición del peñismo.
Y durante el sexenio, fueron tantos los priistas afectados por Peña que en el PRI muchos quedaron con gran resentimiento y hoy aprovecharían cualquier oportunidad de venganza. Apelar hoy a ese legado es no solo ingenuo sino que puede ser contraproducente.
La presión al PRI debe ser más por el lado social. Más apelando a esa esencia que tuvieron de visión de futuro para el país. De proteger a los más vulnerables. De salvaguardar a las instituciones del país, de las que fueron arquitectos. De blindar a nuestro sistema democrático.
Y por supuesto, de señalar los abusos y corrupción de los tres impresentables que hoy están jugando con fuego, apelando a los priistas de convicción que hoy buscan un partido más limpio, lejano a lo que tanto los dañó con el Peñismo. Apelando a esas bases sociales a las que tanto alejaron.
Si la presión es bien hecha y resulta, por un lado, estaremos asegurando que la nociva contrarreforma presidencial encuentre su tumba en la Cámara de Diputados, salvaguardando el futuro de México.
Y al interior del PRI, esto deberá servir para animar una recomposición interna que termine por tumbar esas cabezas actuales que no piensan ni en el partido ni en el país, y arrancar así una recomposición del PRI en el momento que México más necesita partidos políticos sólidos, con visión de país por encima de intereses turbios personales.
Tenemos poco tiempo. Entendamos ya al PRI, y presionemos para truncar la regresión de la 4T.
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