Las instituciones son organismos que desempeñan funciones de gobierno que les han sido conferidas por la constitución u otras leyes. Por ejemplo, a la Comisión Reguladora de Energía (CRE), la ley le confiere la misión (entre otras) de promover la competencia del sector energético. Nótese que hay otras definiciones más amplias de “instituciones”, pero utilizo esta porque es la más conocida y la que frecuentemente se utiliza en discusiones públicas y no académicas.
Las instituciones, así definidas, surgen como resultado de procesos políticos, visiones y acomodos de fuerzas. Es decir, cada institución del gobierno mexicano ha surgido como resultado de negociaciones en el Congreso, mediante acuerdos a los que llegan diversos partidos políticos que representan las preferencias de los ciudadanos. Por ejemplo, la CRE, como hoy la conocemos, fue creada durante el sexenio de Peña Nieto como parte de la reforma energética.
Así, las instituciones son, en gran medida, una herencia de pasado. Del peñanietismo en el caso de la CRE. Por eso, cuando las preferencias de los ciudadanos cambian, las instituciones deben poder cambiar para actualizarse.
La democracia es por naturaleza cambiante. El autoritarismo no. Con el autoritarismo la decisión tomada es terminante.
En la democracia no hay instituciones indispensables porque lo terminante no es quién o qué oficina está encargada de implementar un proceso, sino que se reflejen las preferencias y el interés colectivo –protegiendo los derechos humanos y a las minorías.
Es por ello que no tiene sentido “defender las instituciones”. Eliminar instituciones no solo es deseable en una democracia, es necesario para dar pie a mejores innovaciones y arreglos. De hecho, los arreglos democráticos que en la actualidad más reflejan el interés colectivo surgieron precisamente al erradicar instituciones previas.