El gran problema, sin embargo, no es en lo que Claudia y Andrés son diferentes, sino en lo que son iguales. Profundamente iguales. En particular, encuentro tres aspectos.
El primero es su concepción del gobierno como un “elefante reumático”, es decir como una institución grande e ineficiente con la que, simplemente, no se puede trabajar. Y que, por tanto, más bien debe hacerse a un lado y empequeñecerse.
Es por ello que Sheinbaum ha mostrado una tendencia a reducir al gobierno a un tamaño mínimo: eliminando todas las direcciones generales dedicadas a la planeación y centrando sus esfuerzos en ampliar programas de transferencias en efectivo y en realizar grandes obras de infraestructura.
Para ella, el Estado debe hacer cosas visibles y que mejoren la vida de las personas en el corto plazo, pero no debe estar preocupado por extender de manera más amplia su capacidad regulatoria o de promover el desarrollo en un sentido más amplio. Como buena ingeniera, Claudia no ve el valor de la política pública de largo plazo, sino el de la ejecución y operación.
El segundo aspecto en el que Sheinbaum es similar a López Obrador es en concebir a la política pública como una herramienta electoral. Claudia es muy pragmática y en su realismo político, ve al gobierno como una herramienta para ganar elecciones y votos.
Así es como, durante su mandato, la CDMX ha tomado un rol clave en promover el voto por Morena, solicitando que los recursos de varios de los programas sociales vayan a alcaldías Morenistas (y no de la oposición), e incluso, modificando de último momento las reglas de operación de algunos fondos para poder distribuir recursos, de manera legal, semanas antes de la elección del 2021.
Más aún, Sheinbaum comparte con López Obrador una obsesión por el control del “territorio” – es decir, un deseo por tener cerca a caciques y organizadores locales de forma que éstos puedan funcionar como un mecanismo de avance político.
Finalmente, un último aspecto que la jefa de gobierno comparte con el presidente es su visión del servicio público, no como un trabajo, sino como un apostolado. La jefa de gobierno trabaja a todas horas del día, mandando mensajes a las cuatro de la mañana si así le viene a mano.