Y es que para el Presidente hacer el ridículo no es un problema, sino más bien su actuar natural. Es así porque en su proyecto de gobierno lo que a todas luces son errores garrafales o equivocaciones extremas, para su peculiar apreciación son el destino manifiesto y el resultado tan anhelado. Por ello es que no le preocupa pasar a la historia como alguien carente de capacidad de evaluación de resultados y enmienda. En su dicho es una persona tan obstinada que, aún y cuando no haya buenos resultados, no es capaz de modificar sus decisiones porque eso equivale a ser débil o flexible (como si corregir el camino ante adversidades manifiestas fuera una mala idea).
Esta increíble tozudez e irracional necedad solamente se comprende y dimensiona al examinar sus implicaciones en eventos distintos en los que esa vocación para hacer el ridículo queda manifiesta. A saber:
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1. Salud: El Presidente dijo que nos cayó la pandemia como “anillo al dedo”. Pero el oso no se quedó ahí, sino que se sostuvo en su nula estrategia y un funcionario mentiroso para provocar más de 600 mil muertes. Unos caníbales se quedan cortos.
2. Violencia: Militariza el país y decide dar abrazos y no balazos. De esta manera legitima a la delincuencia organizada con la cual se tienen gestos de apoyo y deferencia. A la población en general que se la lleve el tren. Tremenda incongruencia pues a los más expuestos los deja en peores condiciones.
3. Historia: Decide iniciar una afrenta contra España por cuestiones que sucedieron hace varios siglos y pretende que haya disculpas de un país que no existía en aquel entonces. Pero además lo dice alguien con idioma, apellidos y cultura hispana. Vaya absurdo.