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Coreografía de la transformación

Lo importante es la intención: querer es poder, aunque a la hora de la hora no se pueda. El lopezobradorismo es un "echaleganismo" que no se atreve a decir su nombre...
mar 21 septiembre 2021 11:59 PM
López Obrador en conferencia
El presidente ha llegado a la mitad del sexenio.

López Obrador gobierna más con reivindicaciones que con resultados. La fuerza de su liderazgo radica menos en la eficacia de su gestión que en su talento para el performance. La suya no es una administración sino una dramaturgia. No resuelve, representa. No ejerce, escenifica. El lopezobradorismo se ha abocado no tanto a implementar un mandato de cambio como a instaurar una coreografía de la transformación: frases, señales, toda una serie de maniobras supuestamente novedosas y disruptivas pero que, a fuerza de repetirse y de poner siempre lo simbólico por encima de lo sustancial, se han vuelto ya predecibles y frívolas. Aunque no por ello irrelevantes.

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Porque López Obrador no puede prescindir de esa coreografía. Al contrario, la necesita. Es lo que le da viabilidad a su presidencia, lo que le permite mantenerse a flote y seguir adelante a pesar de sus múltiples contradicciones. Porque no va a llevar a cabo el proyecto que prometió, mas tampoco puede resignarse y admitirlo. (Bueno, es que para empezar ni siquiera tenía propiamente un proyecto; más bien lo que tuvo fue una ambición y un discurso, pero ese es otro tema). No hay otro modo de mantener encendidas las dos llamas de las que depende su movimiento, la esperanza y la revancha, que seguir insistiendo en esas rutinas que le dan credibilidad a su retórica, que movilizan a sus adeptos y desquician a sus adversarios.

No se trata de cumplir, se trata de ser visto intentándolo. Y de proyectar una imagen de víctima inocente, ya sea de las circunstancias, de intereses oscuros o de un pasado que se niega a morir, no de su propia intransigencia, su ignorancia o su incapacidad. La coreografía funciona porque mantiene viva la ilusión de que va a cambiar las cosas, de que basta con proponérselo e invertirle mucha fuerza de voluntad, incluso si la propia necesidad de recurrir al ilusionismo demuestra exactamente lo contrario. Lo importante es la intención: querer es poder, aunque a la hora de la hora no se pueda. El lopezobradorismo es un echaleganismo que no se atreve a decir su nombre...

Pero al que se le están reventando las costuras. Dice que encarna al pueblo, aunque el pueblo está cada vez más ausente de su entorno. No se expone como antes a que se le acerque la gente porque ya fueron demasiadas las veces en las que, lejos de saludarlo, lo confrontan. Ahora, más que adularlo, lo insultan, le exigen, lo increpan. En su defecto, quienes han ido ocupando ese espacio son las fuerzas armadas. Si ayer tenía suficiente calle para exponerse a la espontaneidad popular, hoy aparece muy deliberadamente arropado por la disciplina de los militares. Y siendo como es tan adepto al ritual político, es imposible no preguntar qué significa, qué mensaje está comunicando, un mandatario tan rodeado de uniformes.

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La coreografía de la transformación está mutando, endureciéndose. Los gestos, el discurso y las decisiones de López Obrador revelan no solo un claro desgaste, lo cual sería más o menos normal al llegar a la mitad de su sexenio, sino un temor, una impotencia y un enojo crecientemente inocultables. Luce inconforme, aprensivo, desfigurado.

El Congreso y el Poder Judicial le están imponiendo reveses. Sus propagandistas no lo están defendiendo a toda costa, su partido no está cerrando filas en torno suyo, su influencia sobre la agenda pública está debilitándose. El contraste con el presidente que tenía las cosas bajo control durante sus primeros tres años no podría ser más desfavorecedor. El espectáculo, las provocaciones y el escándalo permanentes ya no pueden disimular lo evidente.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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