Porque López Obrador no puede prescindir de esa coreografía. Al contrario, la necesita. Es lo que le da viabilidad a su presidencia, lo que le permite mantenerse a flote y seguir adelante a pesar de sus múltiples contradicciones. Porque no va a llevar a cabo el proyecto que prometió, mas tampoco puede resignarse y admitirlo. (Bueno, es que para empezar ni siquiera tenía propiamente un proyecto; más bien lo que tuvo fue una ambición y un discurso, pero ese es otro tema). No hay otro modo de mantener encendidas las dos llamas de las que depende su movimiento, la esperanza y la revancha, que seguir insistiendo en esas rutinas que le dan credibilidad a su retórica, que movilizan a sus adeptos y desquician a sus adversarios.
No se trata de cumplir, se trata de ser visto intentándolo. Y de proyectar una imagen de víctima inocente, ya sea de las circunstancias, de intereses oscuros o de un pasado que se niega a morir, no de su propia intransigencia, su ignorancia o su incapacidad. La coreografía funciona porque mantiene viva la ilusión de que va a cambiar las cosas, de que basta con proponérselo e invertirle mucha fuerza de voluntad, incluso si la propia necesidad de recurrir al ilusionismo demuestra exactamente lo contrario. Lo importante es la intención: querer es poder, aunque a la hora de la hora no se pueda. El lopezobradorismo es un echaleganismo que no se atreve a decir su nombre...
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Pero al que se le están reventando las costuras. Dice que encarna al pueblo, aunque el pueblo está cada vez más ausente de su entorno. No se expone como antes a que se le acerque la gente porque ya fueron demasiadas las veces en las que, lejos de saludarlo, lo confrontan. Ahora, más que adularlo, lo insultan, le exigen, lo increpan. En su defecto, quienes han ido ocupando ese espacio son las fuerzas armadas. Si ayer tenía suficiente calle para exponerse a la espontaneidad popular, hoy aparece muy deliberadamente arropado por la disciplina de los militares. Y siendo como es tan adepto al ritual político, es imposible no preguntar qué significa, qué mensaje está comunicando, un mandatario tan rodeado de uniformes.