¿Por qué? Porque a la hora de la hora no lograron colocarse, porque alguien más los desplazó o porque no figuraron en las sumas y restas del poder en turno: ya fuera por la “virtud” de su incondicionalidad, porque claramente no tenían a donde más ir, por su insignificancia política o por una mezcla de todas las anteriores. Así, aunque su apuesta fue la ganadora ellos no cobraron. Y entonces solo les quedó, parafraseando al Marqués de Croix, apechugar y seguir apoyando.
Pero la esperanza, y más en circunstancias tan ingratas, es una droga muy dura. Las elecciones intermedias les ofrecieron la ilusión de una segunda oportunidad, o al menos la posibilidad de tratar de conseguir algún tipo de reintegro. Salvo contadas excepciones, siguieron en las mismas. Es decir, atrapados en lo que, podría denominarse una suerte de “friend zone” del lopezobradorismo: ese lugar en donde la militancia se la pasa haciendo méritos mas nunca logra ser tomada en cuenta como otra cosa que no sea… pues como la militancia que se la pasa haciendo méritos.
Ni hablar, hay quienes tienen esa voluntad de sacrificio, esa vocación de servirle a una causa incluso cuando la causa en cuestión no se toma la molestia de retribuirles su servicio. Algunos le llaman idealismo, devoción, entrega. Con todo, en general la política suele operar más en función de intereses, cálculos, ambiciones. Y entre algunas de esos sectores del lopezobradorismo empiezan ya a expresarse, aquí y allá, señales de inquietud, de malestar, de descontento.
Por ejemplo, contra la dirigencia de Morena. Porque sus métodos de selección de candidatos o su proceso de toma de decisiones son poco transparentes y elitistas. Porque se ha burocratizado y es insensible a las demandas “desde abajo”. Porque no institucionaliza mecanismos que garanticen una participación popular más abierta y auténtica. En fin, porque se comporta como una oligarquía.