Durante mucho tiempo se ha confundido la lucha contra la impunidad con el control de la corrupción, y si bien es cierto que uno de los principales incentivos, para quienes medran con el poder que les es confiado en los sectores público, privado y social, reside en la prevalente impunidad, también cierto es que se trata de dos gestas paralelas, profundamente interconectadas, pero claramente diferentes.
Corrupción e impunidad sostienen entre sí una relación simbiótica que le permite a cada una garantizar sus condiciones de subsistencia. Si bien es cierto que para cometer crímenes deleznables como violación, asalto o secuestro no se precisa de corrupción, esta es muy útil para garantizar la impunidad sobre ellos.