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En 2024, México será tan corrupto o más de como López lo recibió

Tras 31 meses de gobierno, con un presidente que diariamente habla del tema, no hay ningún hecho que ponga en evidencia el compromiso y el resultado de esta administración en combatir la ilegalidad.
jue 01 julio 2021 12:02 AM
AMLO-corrupción
El pañuelo blanco, una de las respuestas del presidente a los casos de corrupción.

Algunas de las críticas más fuertes que recibió el expresidente Peña en su mandato fue a partir de sus declaraciones acerca de que la corrupción en nuestro país es cultural. La declaración llevó a que académicos, activistas, opinólogos, aliados y adversarios políticos vertieran su opinión a favor o en contra del argumento.

Entre aquellos, quien en reiteradas ocasiones criticó la postura de Peña estuvo el actual presidente López, un político que ha centrado su discurso en cómo la corrupción es el factor principal que inhibió el desarrollo social y cultural de México, que limitó el crecimiento y bienestar del país y que es causa determinante de los inaceptables índices de inseguridad, delincuencia y violencia que vivimos.

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Un discurso que en sus generalidades suena impecable pero que en los primeros 31 meses de su administración no se ha traducido en acciones y hechos contundentes.

Desde el inicio de este gobierno se ha puesto a consulta la aplicación de la ley, se ha favorecido con información privilegiada a amigos y sancionado –por lo menos en palabras– a los adversarios. La autoridad ha contradicho o dejado de aplicar la ley a conveniencia, negado el acceso a la justicia y la reparación del daño a las víctimas y garantizado la impunidad de delitos cometidos por los amigos del presidente y de su mal llamada cuarta transformación.

Ni las probadas declaraciones y documentos falsos presentados por funcionarios –como es el caso de las autoridades de la CFE–; ni el probado enriquecimiento de funcionarios de este gobierno –algunos exsecretarios y algunos que hoy son gobernadores electos–; las tragedias a mano de sus aliados políticos y funcionarios de su gobierno –como es el caso del derrumbe de un tramo de la Línea 12 del metro capitalino–; ni las denuncias de delitos graves cometidos por la autoridad –como desapariciones forzadas a manos del Ejército o la Guardia Nacional–; tampoco las graves acusaciones que el presidente ha hecho de exmandatarios, exfuncionarios, empresarios, comunicadores u organizaciones civiles, han sido suficientes para poner en marcha un aparato institucional que debe investigar todos aquellos delitos que se engloban en la corrupción.

Tras 31 meses de gobierno, con un presidente que diariamente habla del tema, no hay ningún hecho concreto que ponga en evidencia el compromiso y el resultado de esta administración en combatir la ilegalidad.

Es más, en los hechos este es un gobierno que ha liberado delincuentes –como a Ovidio Guzmán–, asignando directamente los recursos del Estado, ejercido políticas públicas sin reglas de operación, con funcionarios que han incurrido en responsabilidades administrativas y penales, sin la menor consecuencia.

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De tal suerte que si los dichos del presidente condenan la corrupción, los hechos de su gobierno la impulsan y fortalecen.

¿Por qué resulta tan difícil reducir la corrupción en México? Uno de los enfoques propone que se debe a factores institucionales, otros de gobernanza y otro más políticos.

Una autoridad que combate delitos como el peculado, el uso de bienes públicos como si fuesen privados, el lavado de dinero, entre muchos otros, requiere de un aparato suficiente e independiente que logre investigar a los responsables. Eso significa personal, tecnología, procesos, supervisión y capacidad de ir contra cualquiera que resulte culpable, independientemente de sus contactos y recursos económicos o sociales.

Asimismo, la aplicación de la ley debe ser sin tratos especiales a grupos de interés o presión que puedan resultar aliados o adversarios, según los beneficios especiales que les reserve la autoridad.

Dicho de otra manera, la ley se debe aplicar pareja para todos, sin distingo ni beneficios personales.

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Todo ello no ha sucedido en el pasado ni sucederá en el futuro inmediato. López y su gobierno, como sus antecesores, no procederán contra sus funcionarios, independientemente de cuántas propiedades y bienes les aparezcan sin que puedan demostrar su origen; tampoco procederán contra sindicatos o grupos que violan la ley pero son aliados políticos; evidentemente mucho menos lo harán contra los grupos de delincuencia organizada que controlan una parte importante del país.

Más allá de qué tan cierto sea que la corrupción es cultural o no, lo real es que si su combate fue la promesa clave que hizo de López y su partido, el presidente y el partido más poderosos de las últimas décadas, los hechos demuestran que fueron promesas sin fundamento ni interés de transformarlas en una realidad.

De tal suerte que en 2024 México será un país tan corrupto o más de como López lo recibió, con una sociedad decepcionada que no encontrará motivos para evitar dádivas o ilegalidades personales, cuando en el gobierno quien se mancha de corrupción termina como gobernador, secretario, embajador, superdelegado federal o candidato a la presidencia de la República del partido más relevante del país.

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El autor es director general del Observatorio Nacional Ciudadano.

Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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