Y es que se ha abierto un abismo irreconciliable entre lo que fue el diagnóstico del país, lo que se prometió en campaña y lo que ha sido la realidad en la administración del actual Presidente. Aquella esperanza de que un gobierno de izquierda buscaría por todos los medios posibles actuar con gran rectitud, con abandono de prácticas corruptas, con apego al Estado de Derecho, apartándose de la militarización, enfatizando la consolidación de derechos e instituciones, y en general buscando que con transparencia y rendición de cuentas se lograran los tan esperados resultados para favorecer a los más desprotegidos, nada más no se ha propiciado o logrado. De hecho exactamente lo contrario es lo cierto.
En su lugar, hemos visto con gran preocupación cómo gradual, pero claramente, se descubre un perverso y fétido plan de desmantelamiento de los pesos y contrapesos, de las instituciones autónomas, de la civilidad en el servicio público, de la división de poderes, y en general de cualquier cosa que obstaculice el creciente nivel de concentración de poder en torno a la propia figura del Presidente. Aquella persona que tanto dijo luchar por evitar que un grupo o mafia concentrara excesivas atribuciones, ahora está dispuesta y fomentando que se haga tal sumatoria en torno a su propia individualidad. Incluso, los perfiles más corruptos y despreciables son ahora aliados del titular del Ejecutivo simplemente por ser sus incondicionales.
Y el problema no es solamente de coyuntura, sino estructural. Como todo en la vida, construir derechos y obligaciones lleva tiempo y esfuerzo, puesto que cada ladrillo debe colocarse con sumo cuidado para lograr equilibrio y solidez. En cambio, sacar la bola de hierro para derribar todo lo que esté a su paso es fácil, y lo que tanto esfuerzo costó enderezar puede desvanecerse con asombrosa sencillez y rapidez.
Llama poderosamente la atención cómo, en este proceso de derribo institucional, haya habido tan baja defensa para evitar lo que es a todas luces el plan a cargo de un incendiario, frente al cual los "bomberos" opositores han sido omisos y casi inexistentes. Pero esa perversidad con la que opera el actual mandatario no es ya ocultable o disfrazable. Aún muchos de los muy cercanos al poder ejecutivo actual empiezan a cuestionar si esta agenda es una con la cual puedan simpatizar, habida cuenta de que en los cánones de la izquierda el atropello a derechos y la reducción de libertades no es compatible.