A ningún presidente le ha gustado la transparencia. Todos preferirían que los trapos sucios de sus gobiernos se laven en casa. Y todos, sin excepción, han tratado de socavar a instituciones, periodistas u organizaciones que ventilan los errores de sus sexenios.
Cada uno ha diseñado sus fórmulas para ocultar información o tergiversarla.
Fox mandaba a su jefe de gabinete a “platicar” con los comisionados del Instituto Federal de Acceso a Información (IFAI), el precursor del INAI, sobre los casos que le parecían “delicados”. El IFAI en su momento le fue muy incómodo. Se metió hasta la cocina en el escándalo del supuesto desvío de recursos públicos de la Lotería Nacional a la fundación Vamos México, que dirigía Marta Sahagún, la esposa de Fox.
Calderón también trató de limitar la transparencia proponiendo como comisionados a candidatos que no cumplían con la experiencia mínima, como fue el caso de Ricardo Celis, que venía de cargos dentro de la Secretaría de Gobernación y la Consejería Jurídica. También usaba reformas y tretas jurídicas. Las resoluciones del IFAI eran frecuentemente impugnadas por su gobierno.
Además, su gobierno también logró reformar el artículo 16 del Código Federal de Procedimientos Penales para reservar averiguaciones. Fue gracias a ello que Medina Mora logró clasificar información sobre las averiguaciones previas que tenía Genaro García Luna, hoy preso por cargos de narcotráfico en Estados Unidos.
Peña Nieto ni sabía qué era el IFAI. Ante la mirada nerviosa de su asesor estrella, Luis Videgaray, frecuentemente decía mal el nombre del instituto a pesar de que siempre dijo que fortalecerlo era una parte central de su presidencia.
La fórmula de Peña Nieto para controlar la información se centró en mecanismos más indirectos y “sofisticados”: cañonazos de dinero en publicidad oficial. Peña gastó 60,000 millones de pesos en publicidad durante su sexenio, de los cuales la mitad se concentró en tan solo 10 medios. Para el final de su sexenio, estaba gastando 449% más de lo que le aprobaba el Congreso.
López Obrador está utilizando una estrategia distinta. Su objetivo es apabullar a los medios mediante flujos descomunales de información entregada de manera tediosa e ineficiente, y peor aún, reducir el acceso a fuentes primarias de información mediante sus reformas al INAI.
Para lograrlo, dedica gran cantidad de tiempo a comunicar los logros de su gobierno mediante interminables conferencias, matutinas y vespertinas, y videos en fin de semana. Aun si los medios no reportan todo lo que dice, sí tienen que dedicar una cantidad importante de recursos a darle seguimiento. La mañanera es un ejercicio repetitivo e ineficaz, una suerte de fuerza bruta que evita que el periodismo mire a otros lados.
Más aún, el formato de comunicación de López Obrador está cuidadosamente planeado para transmitir los principios de la 4T e iluminar sus diferencias con otras fuerzas políticas. En ella, López Obrador se pinta justo como quiere pintarse: abierto, valiente y cercano a la gente. La mañanera no solo es información, es también un recordatorio de las virtudes de su gobierno.
Sin embargo, la única forma de evitar que haya información fuera de la que él provee es eliminar al INAI. Es por ello que vemos sus más recientes embates que buscan reformarlo. Si lo logra, habrá cerrado el círculo: no solo se habrá convertido en un medio, sino en el único con acceso directo a la información.
Se habrá pasado del control por ‘chayote’ a la creación impune e interminable de ‘fake news’ que no pueden ser desmentidas.
_______________________
Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.
