Ambos, Edgardo y María, reciben la pensión universal para los adultos mayores, pero Edgardo ni se entera de cuándo se la depositan, mientras que María la espera con ansias cada bimestre.
Los adultos mayores de 65 años son el grupo de edad más diverso que existe. Algunos gozan de cabal salud, cuentan con pensiones, trabajo, propiedades y cuentas de ahorro. Otros están enfermos y requieren asistencia permanente. Sin embargo, a todos se les trata igual. El gobierno ha optado por darle a todos una pensión idéntica, como si a todos los enfermos hubiera que darles una pastilla de paracetamol.
Esta pensión universal es a lo que llamo "la semilla envenenada". Se trata del programa más exitoso (y más costoso) de nuestra historia. Un programa tan rentable políticamente que nadie osa sugerir su cancelación o modificación. No obstante, es un pozo sin fondo de recursos públicos que distribuye equitativamente los apoyos a quienes son desiguales, al tiempo que impide que se destinen recursos a la atención de adultos mayores con problema severos, así como a otras áreas prioritarias como la seguridad, la educación, la salud, la pobreza, la infraestructura hídrica y las energías renovables.
La pensión universal es un “semilla envenenada” porque ha dado pie a otras propuestas fiscalmente irresponsables, como becas universales, la expansión de los apoyos en efectivo a los mayores de 60 años, etc. Aunque se ha convertido en una política pública intocable por su altísima rentabilidad política, es una política dañina por varias razones:
1. Significa una erogación de casi medio billón de pesos que se destina, en un porcentaje significativo, a adultos mayores que ya cuentan con otras fuentes de ingreso suficientes.
2. Incrementa el desbalance generacional en muchas familias de clase media, en las cuales los adultos mayores están plenamente protegidos, mientras que quienes tienen entre 40 y 65 años, si se quedan sin trabajo, quedan en el más absoluto desamparo, al tiempo que muchos jóvenes ya no consideran contar con ingresos suficientes como para tener hijos.
3. Representa un gasto fiscal que crece aceleradamente ante el envejecimiento poblacional, por lo que dejará cada vez menos recursos para otras necesidades prioritarias, derivará en un mayor endeudamiento público y presionará crecientemente a los trabajadores entre 30 y 60 años.