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La ética del barbijo

La contención y control de un par de virus, Corrupción y Covid, depende de medidas drásticas por parte de los gobiernos, pero también de cambios profundos en la psique social.
mar 05 enero 2021 06:20 AM
Personas usan cubrebocas durante evento en la CDMX
Entre las medidas para ingresar a los eventos masivos de la Ciudad de México, está el uso obligatorio de cubrebocas.

A mi querido amigo-hermano J.L. que sé que triunfará en esta batalla.

Barbijo es esa curiosa palabra con la que se le denomina al cubrebocas en el Cono Sur, no es la palabra más común, pero me pareció la más musical en comparación con el resto de los sinónimos que podemos encontrar en español. Otros idiomas tienen también su colección de apelativos para tan pequeño y esencial instrumento, y aunque cada lengua le llame diferente, su uso –o por analogía, la negativa a usarlo– dicen muchísimo de nuestra ética individual y social.

En este espacio, donde abordamos el fenómeno de la corrupción desde diversos ángulos, pudiera parecer difícil vincular el tema del barbijo con una de las conductas antisociales más notorias y nocivas, sin embargo, justo ahí es donde se entrelazan, veamos.

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La estrategia de éxito de los virus reside en tomar control del entorno que le brinda involuntaria e inconscientemente su “anfitrión” y en poder replicarse exitosamente dentro de su organismo, para después pasar a otros y replicar el procedimiento. Un virus aislado se apaga y potencialmente extingue, a menos que cuente con las condiciones para hibernar; por ello los virus son tan exitosos en criaturas gregarias como nosotros. Desde nuestra condición de homínidos (y quizá aun más atrás), los seres humanos hemos necesitado de la compañía de otros para nuestro ciclo vital de reproducción, protección y desarrollo. Nos necesitamos en muchas más maneras de las que estuviéramos dispuestos a admitir.

Esta necesidad tan humana de acercarnos, sentirnos, acompañarnos, proporciona el ecosistema ideal para el progreso de la especie, pero al mismo tiempo representa el mayor riesgo para nuestra supervivencia, dada la propensión natural al conflicto y la transmisión de enfermedades, virales o no. Aún más, la tendencia de nuestra civilización de acercarnos geográficamente cada vez más, así como vivir incrementalmente más cerca uno de los otros, proporciona al virus las condiciones ideales para su propagación.

Desde el principio supimos que tardaríamos un año o más en tener vacuna y que las medidas para contener el virus mientras llegara el remedio dependerían de un modesto pedazo de tela, y de algo aún más importante, nuestra ética como individuos y sociedad. Hoy hemos experimentado ya con varios tipos de tapaboca y sabemos que su eficacia estriba en la protección que brinda al prójimo de nuestros bichos. Para que quede claro a los valenton@s, el que use mi tapabocas no implica que tenga más miedo que tú, pero sí más conciencia.

Pocas lecturas tan recomendables para la época como La Peste de Camus, quien atinadamente nos decía: “El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia puede ocasionar tantos desastres como la maldad. El vicio más desesperado es el vicio de la ignorancia que cree saberlo todo".

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Aquí el punto central: nuestra salud depende de que mantengamos sanas a la mayor cantidad de personas a nuestro alrededor, evitando propagaciones innecesarias y saturación del sistema hospitalario. Mi bienestar está ligado al bienestar de la sociedad a la que, queriéndolo o no pertenezco; por lo que las medidas de cuidado que tomo cuidan a los demás y las de los demás a mí.

Sin embargo, aquí la tragedia, nuestro malsano egoísmo y la obtusa ignorancia o conspiracionismo de algunos grupos, nos han condenado a una pandemia larga. Especialistas serios alrededor del mundo han insistido desde el principio en la importancia del uso del tapabocas, a riesgo de contrariar a sus propios presidentes, como lo hizo reiteradamente el Dr. Fauci en Estados Unidos. Hoy se nota la diferencia en cifras entre los países con mandatarios negligentes al uso de tapabocas y aquellos que entienden las implicaciones de ser un JEFE de Estado y actuar en consecuencia.

Recientemente, el profesor De Kai, investigador del Instituto Internacional de Ciencias Computacionales de la Universidad de Berkeley, generó un simulador matemático de interacciones que muestra el poder social de contención que representa el uso masivo de mascarillas (de.kai/masksim). Este estudio concluye que lograr la cooperación del 80% de la población en el uso de la máscara reduciría la vida del virus a semanas.

Se pueden citar multitud de estudios que llegan a la misma conclusión; entonces, ¿por qué no empleamos las máscaras sabiendo su impacto? Digámoslo sin miedo, porque el confort individual de los negligentes les parece más importante que la salud del resto. A este confort antisocial se le une muy de cerca la imposición de mi voluntad a reunirme en los números que me plazca y las condiciones que se me antoje, con quien se me de la gana, conocido o ajeno.

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La corrupción se aprovecha también del desprecio patológico del bienestar de la sociedad a la que pertenecemos, ignorando o desdeñando el hecho de que, en el mediano plazo, esa conducta corrupta que cometemos, solapamos o soslayamos, contribuye a sumarse en un mar sociopático de acciones que terminan por hundir a una sociedad en la simulación y rapiña mutuas. No son pocos quienes buscan justificar su negligencia a usar tapabocas o contener sus egoísmos, arguyendo que los demás no lo hacen y por lo tanto ellos no están obligados a hacerlo. De igual manera no es raro oír “argumentos” de corruptos que se autojustifican diciendo que si ellos no lo hacen igual alguien más lo haría.

La contención y control de este par de virus Corrupción y Covid, depende de medidas drásticas por parte de los gobiernos, pero también de cambios profundos en la psique social. Requiere que exijamos y asumamos una responsabilidad ante nuestra sociedad, esto es, que exijamos a quienes detentan la autoridad que no se eximan de emplearla cuando toca dictar medidas drásticas que en todo el mundo se están tomando ante el contagio, pero también implica asumir la responsabilidad individual para minimizar riesgos innecesarios asumiendo sacrificios a nuestro ocio y nuestro ego.

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Nota del editor: el autor es politólogo, integrante del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Nacional Anticorrupción.

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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