Es normal que los partidos se desdibujen ideológicamente cuando se alían para enfrentar a un adversario en común, ese es un costo que se compensa con la ganancia que puede reportarles sumar sus fuerzas. Lo curioso en este caso es que al unirse las oposiciones no se están desdibujando, pues por separado ya estaban de por sí muy desdibujadas. Lo que están haciendo, más bien, es dibujarse exactamente como le conviene a su adversario: como si fueran lo mismo, como si entre ellas no hubiera diferencias, como si el mapa de la pluralidad política en México fuera de veras susceptible de ser reducido a dos únicas posiciones, a favor o en contra del lopezobradorismo.
La alianza opositora no anticipa una reconfiguración del sistema de partidos, rinde testimonio de su colapso en torno al fenómeno del lopezobradorismo. Por un lado, apuesta por fragmentar la elección intermedia más grande en la historia de la democracia mexicana en un mosaico de elecciones locales, cada una con su propia dinámica; por el otro, espera que de esa fragmentación pueda consolidarse un polo anti-López Obrador. Tiene sentido dadas las circunstancias, pero por esas mismas circunstancias parece poco factible que vaya a lograrlo. Las encuestas son muy claras al respecto: el electorado mexicano podrá no valorar positivamente la gestión de su gobierno, pero la figura del presidente sigue suscitando una aprobación mayoritaria. Para que un polo opositor al lopezobradorismo cobre fuerza, el electorado tiene que estar dispuesto a castigar al presidente. Y hasta este momento nada indica que lo esté.