Sigue siendo un exceso denominar “cambio de régimen” a lo que ocurrió en 2018. Por un lado, hay demasiadas incertidumbres y continuidades, por el otro, hay muy poco tiempo y distancia como para echar mano de una expresión tan contundente. Sin embargo, también es cierto que “cambio de gobierno” es una noción que se queda corta, que suena cada vez más insuficiente para dar cuenta de las disrupciones y novedades que han caracterizado a la presidencia lopezobradorista.
Así, justo en ese proverbial claroscuro gramsciano en el que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer, se acumulan perplejidades en las que tal vez valga la pena ahondar para tratar de entender, más allá de la disputa por el nombre de la cosa, en qué consiste la cosa cuyo nombre no alcanzamos todavía a formular con precisión.