Es un virus nuevo. Llegó desde China. La pandemia es una calamidad global. Nadie estaba preparado. No hay dinero. ¿La diabetes y la obesidad no son igual epidemias? Mucha gente está desobedeciendo las indicaciones. El sistema de salud siempre ha sido un desastre. Qué fácil es hablar desde el privilegio de poder confinarse. El presidente no se ha enfermado. ¿No fueron miles a su vez los muertos y los desaparecidos por la guerra de Calderón? México no es Corea del Sur. Hay un montón de contradicciones y desinformación. La oposición está aprovechando para llevar agua a su molino. Es un fenómeno complejo. López-Gatell perdió el piso. Ha pasado demasiado tiempo. Falta coordinación. Las capacidades institucionales están muy mermadas. López Obrador sigue sin poner el ejemplo. Otros países están peor...
Pretextos quiere la muerte
Sí, cada uno de esos argumentos es cierto. Pero cada uno también es susceptible de ser utilizado como pretexto para que las autoridades o las personas no nos hagamos cargo de las exigencias que la emergencia nos impone. Porque el gobierno no lo puede todo ni la sociedad puede cuidarse sola, pero eso no justifica que el gobierno haga menos de lo que podría hacer ni que la sociedad no haga más de lo que hace. Señalar la irresponsabilidad de otros para disimular la propia es un juego en el que, al final, perdemos todos.
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En otras entregas me he ocupado de lo insuficiente y problemática que ha sido la respuesta mexicana a la epidemia. No ahondaré en ello ahora. Lo que me interesa es destacar cuán exitoso ha resultado el lopezobradorismo para producir un amplio repertorio de pretextos que intentan disculpar sus limitaciones, que tratan de hacer pasar por inevitable su ineptitud, que transmiten más resignación que urgencia. Como si la histórica debilidad del Estado mexicano constituyera una apología de la indolencia con la que ha actuado el poder ejecutivo federal. Como si la autodenominada “cuarta transformación” se tratara menos de romper con las inercias del pasado que de convertirlas en un escudo para la autocomplacencia.
Con todo, que la política y la comunicación oficial queden tanto a deber, o que sean tan eficaces las excusas del gobierno, no obsta para que los ciudadanos se desentiendan del deber de cuidarse y cuidar a los demás. La negligencia de las autoridades no es pretexto para la negligencia ciudadana. Al contrario: es un hecho que obliga, que debería obligar, a que la ciudadanía (entendida no tanto como condición jurídica sino más bien como vínculo social) reaccione en defensa propia. Si no por altruismo o bondad, por mero instinto de supervivencia. Bien decía Thomas Jefferson que la sociedad es una entidad moral, y cada uno de sus miembros tiene una responsabilidad personal ineludible en ella. Si los poderes públicos fallan, corresponde a los ciudadanos corregirlos, no capitular.
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¿Con qué cara se puede criticar un día que el presidente no ponga el ejemplo, si al día siguiente nuestra conducta es igual o peor de no ejemplar? Es inaceptable que el gobierno ponga pretextos y no haga todo lo que podría hacer, o incluso busque minimizar el apuro trasladándole la responsabilidad a la sociedad. Pero es incomprensible que haya quienes encuentran en ello un pretexto para despreocuparse, a su vez, de sí mismos y sus conciudadanos. Ustedes saben quiénes son.
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