Sí, cada uno de esos argumentos es cierto. Pero cada uno también es susceptible de ser utilizado como pretexto para que las autoridades o las personas no nos hagamos cargo de las exigencias que la emergencia nos impone. Porque el gobierno no lo puede todo ni la sociedad puede cuidarse sola, pero eso no justifica que el gobierno haga menos de lo que podría hacer ni que la sociedad no haga más de lo que hace. Señalar la irresponsabilidad de otros para disimular la propia es un juego en el que, al final, perdemos todos.
En otras entregas me he ocupado de lo insuficiente y problemática que ha sido la respuesta mexicana a la epidemia. No ahondaré en ello ahora. Lo que me interesa es destacar cuán exitoso ha resultado el lopezobradorismo para producir un amplio repertorio de pretextos que intentan disculpar sus limitaciones, que tratan de hacer pasar por inevitable su ineptitud, que transmiten más resignación que urgencia. Como si la histórica debilidad del Estado mexicano constituyera una apología de la indolencia con la que ha actuado el poder ejecutivo federal. Como si la autodenominada “cuarta transformación” se tratara menos de romper con las inercias del pasado que de convertirlas en un escudo para la autocomplacencia.