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El conflictivo doctor López-Gatell

López-Gatell luce cada vez más descompuesto. Ya no es el especialista a cargo, tampoco el vocero oficial del gobierno ante la pandemia; es, apenas, otro cancerbero político del presidente.
mar 17 noviembre 2020 10:40 AM
Hugo López-Gatell
A lo largo de la pandemia, Hugo López-Gatell ha criticado a medios de comunicación, políticos de oposición y exsecretarios de Salud.

La semana pasada el subsecretario arremetió otra vez contra los medios de comunicación. En esta oportunidad les reprochó que “sumen los casos” porque, según él, una persona que se enfermó en febrero y se recuperó ya no es relevante “en términos de la epidemia hoy”. Y “quien desafortunadamente perdió la vida tampoco es ya una persona enferma, aunque muy lamentablemente la razón es que falleció”.

Sí, así dijo. Pero no es novedad que López Gatell se enrede con sus palabras, tampoco que descalifique a la prensa. La lógica y el periodismo han sido de sus peores enemigos desde que empezó la epidemia. Lo sorprendente en esta ocasión es que haya acusado a los medios de hacer exactamente lo que él y su equipo hacen todos los días: dar a conocer las cifras acumuladas de contagios y fallecimientos.

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Al momento de redactar este texto consulto las páginas del Conacyt y la Secretaría de Salud . Y en ambas encuentro cinco variables que suman los casos: totales, confirmados, negativos, sospechosos y defunciones. Además, en ambas páginas se despliegan gráficas por “número de casos”: por rangos de edad, sexo, tipos de paciente (hospitalizados o ambulatorios), por entidad de residencia y semana epidemiológica. Si esa manera de comunicar la epidemia le parece tan reprobable al doctor pues "confunde a la audiencia”, ¿por qué se comunica así en las fuentes oficiales y en sus conferencias?

La respuesta, me temo, es que López Gatell está muy desencajado. Su labor, de por sí, no era nada fácil. Desde marzo tenía toda la fisonomía de ser una misión imposible y ya daba señales de un acelerado deterioro .

Con todo, tampoco fue un buen administrador de su propio desgaste y hoy su imagen está francamente descompuesta. No es la del especialista a cargo, la del científico de la nación en tiempos de crisis; tampoco es la de un vocero gubernamental con aplomo, la del funcionario empático que brinda tranquilidad ante la incertidumbre; es, apenas, la de otro cancerbero político de López Obrador, la de un subordinado más leal al presidente que a su deber profesional.

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Síntomas de esa decadencia abundan. Uno es el constante gaslighting en el que ha incurrido el subsecretario a lo largo de estos nueve meses. Otro son las contradicciones respecto a las fechas de los picos, las pruebas y el rastreo de contagios, las proyecciones y los escenarios, el uso del cubrebocas, las cifras y comparaciones con otros países, etcétera.

Pero tal vez el síntoma más elocuente es la cantidad de conflictos en los que se ha metido López Gatell: con medios de comunicación nacionales y extranjeros, con gobernadores tanto de Morena como de oposición, con el gremio médico, con la jefa de gobierno de la Ciudad de México, con senadores de todos los partidos, con exsecretarios de salud, en fin, con cualquiera que lo somete a escrutinio, que lo llama a cuentas, que lo cuestiona o lo critica.

Despuntó porque parecía tener cierta aura de autoridad científica para ubicarse por encima de la refriega política; desfalleció porque terminó entregado a la arrogancia de quien se cree infalible, se considera irrefutable y se siente inmune –todo lo opuesto del genuino espíritu científico que radica en la modestia, la duda y la rectificación.

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En los primeros meses de la epidemia era común leer encendidas defensas de sus gráficos, sus declaraciones o su carisma. Más que de ciudadanos valorando positivamente su gestión, esas voces parecían de fans aclamando a una nueva celebridad. Pero poco a poco, muy discretamente, ese frenesí fue apagándose.

De un tiempo a acá sus otrora apologistas prefieren guardar silencio, hacerse guajes o de plano mejor cambiar de tema. Pasó de ser el rockstar de la temporada al one-hit wonder del que nadie quiere acordarse. Quizá sea una buena señal. Un millón de contagios y cien mil muertos después, en las filas del lopezobradorismo, incluso del más vehemente, sí se dan cuenta y ya no intentan defender lo indefendible. Parece que todavía hay límites.

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