En estos últimos meses, hemos visto cómo se ha trasladado el trabajo en la oficina y la educación en las aulas a las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos, un vivo recordatorio del progreso tecnológico. Sin embargo, este progreso aún no está al alcance de todas las personas. La desigualdad ya era grave antes de que iniciara la pandemia, pero los últimos meses han acentuado la vulnerabilidad en la que viven millones de familias. Este tránsito temporal de la educación formal y el empleo tradicional al aprendizaje y trabajo con posibilidades virtuales nos muestra que si la tecnología queda en menos de solo una parte de la población, corremos el riesgo de profundizar brechas y desigualdades sociales ya existentes. Dado que la pandemia que ya ha acelerado la tendencia a la digitalización de varias actividades resulta apremiante cerrar la brecha digital cuanto antes.
#ColumnaInvitada | El internet: ¿un medio para la inclusión o la exclusión?
Es necesario resaltar que el acceso a Internet –condición necesaria para poder avanzar hacia la digitalización– demuestra disparidades económicas y sociales. La conectividad está lejos de ser universal en nuestro país.
La Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares para el 2019 del INEGI reporta que solamente el 45% de la población mexicana en el estrato económico más bajo usa el Internet; de la población en las comunidades rurales, únicamente el 23.4% tiene conexión, y estas cifras mejoran conforme nos movemos a estratos económicos más altos. Las circunstancias son aún más lúgubres para cerca de dos millones de mexicanos que no tienen electricidad. En esas condiciones, la digitalización conduciría a la total exclusión.
Tomemos el ejemplo del posible rezago educativo de jóvenes y niños menos favorecidos en términos económicos. Con una modalidad virtual y sin una conexión a Internet estable, se eleva la dificultad de mantener un proceso de aprendizaje significativo. Las clases por Internet pueden sustituir parcialmente a la modalidad presencial al posibilitar la interacción activa entre maestros y alumnos, pero no están al alcance de todos los estudiantes puesto que la formación educativa –un derecho humano– queda sujeta al acceso a Internet: habrá quienes podrán continuar con su educación, pero dejaremos atrás a quienes no cuentan con los recursos económicos necesarios o no vivan en zonas con cobertura.
La brecha digital también tiene un impacto en términos laborales. A medida que se ha decretado el confinamiento en varios países, más empleadores han implementado el trabajo desde casa, una tendencia que va a permanecer incluso después de la pandemia.
En su reporte sobre el futuro del empleo publicado apenas hace un mes, el Foro Económico Mundial indicó que 88% de las empresas encuestadas planean proporcionar más oportunidades para el trabajo remoto a sus empleados, en vista de las circunstancias actuales. Nuestra experiencia con la pandemia nos ha obligado a repensar radicalmente la naturaleza del trabajo, pero es preocupante advertir que en el futuro cercano se crearán empleos que quedarán fuera del alcance de miles de personas por el simple hecho de no contar con acceso a Internet.
La educación y el trabajo son actividades centrales de la vida humana, y demuestran claramente que en cerrar la brecha digital está la clave para hacer de la “nueva normalidad” una más justa y equitativa. Si bien esto no puede solucionar cabalmente todas las desigualdades que prevalecen en México, sí es un medio para actuar anticipadamente antes de que la falta de acceso a internet también sea una causa de mayor desempleo y de rezagos más graves en la educación.
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Nota del editor: la autora es diputada federal, fue presidenta de la Unión Interparlamentaria.
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