La globalización, que ha contribuido a la extensión de un sistema político más civilizado y previsible, no puede considerarse un proceso puramente negativo, como a veces hacemos los latinoamericanos.
¿Por qué tantos latinoamericanos están dispuestos a seguir modelos políticos que les ofrecen la distribución económica y por tanto la prosperidad y el desarrollo, aunque sea al costo de sacrificar sus libertades políticas, e incluso de arriesgar sus libertades económicas como la libertad de trabajo y de empresa? La respuesta es sencilla: porque, pese a las promesas que habían recibido, no obtuvieron prosperidad y desarrollo de las reformas realizadas durante las décadas anteriores en el continente.
Cuando se habla de gobernabilidad democrática, la cohesión social debe basarse en un sistema político potente y legitimo. Y sólo puede ser potente y legítimo si es representativo, si expresa la diversidad social y si resulta productivo en políticas públicas que equilibren bien el crecimiento de la economía con la apertura de oportunidades y la protección de los más débiles.
Aunque se acepte que la desconfianza política es un fenómeno generalizado, no hay duda de que en América Latina ha crecido en los últimos años de forma mucho más marcada que en Europa o en otras democracias desarrolladas. Esto siempre se puede atribuir a especificidades culturales de la región, o a tradiciones políticas basadas en el caudillismo o el clientelismo.
En México, estamos pasando por una importante crisis de salud y económica que puede llevar al desencanto a muchas personas que están viendo afectado su nivel de bienestar. El gobierno del presidente López Obrador debe comprender que la mejor forma para atraer inversiones es generando confianza en sus discursos y acciones.