Es bien sabido que cuando peor nos ha ido como país es en los momentos en que este tipo de pruebas nos encuentran desunidos, y eso es lo que hoy vemos: una creciente politización que contamina las distintas actividades de la vida social y propicia una polarización e intolerancia que amenazan la convivencia y la cohesión nacional. Junto con ello, inclinaciones de concentración política y de centralismo que son contrarias a un Estado democrático de derecho.
Como empresarios, primero está el compromiso con nuestras empresas en un sentido amplio y trascendente. Es la responsabilidad con su integridad operativa y financiera. Con su viabilidad, para que puedan salir adelante y retomar un camino de rentabilidad como negocio y para la sociedad. Sobre ese principio hay que rendir cuentas a socios, trabajadores, clientes, proveedores, a la comunidad, a nuestras familias y a nosotros mismos. Difícilmente ayudaremos al país si vamos a la quiebra.
México necesita no sólo más empresas, sino mejores y más fuertes empresas, capaces de competir aquí y en todo el mundo. De crecer y generar empleos, con productos y servicios de cada vez más alto valor agregado. Más que nunca, se requiere de la independencia, la resiliencia y la vocación de innovar que caracterizan al empresario.
Esa madera está en las empresarias y los empresarios de nuestro país, tanto en Mipymes como en los grandes consorcios que se han expandido por todo el mundo, al margen de los avatares de la política nacional. Ahora no será distinto. Con o sin apoyos gubernamentales, la mayoría superaremos la prueba, y quienes se caigan, volverán a levantarse.